Punto de Encuentro

Lecciones del proceso electoral

Las elecciones generales son siempre una evaluación exigente para cualquier sociedad. Este es el momento para evaluar las enseñanzas que nos deja el proceso que ya concluye.

La reducción de candidatos, impuesta por las salidas de Guzmán y de Acuña, y la caída de Barnechea, mejoró la calidad de representación de las verdaderas tendencias de los electores, sustituyendo simpatía personal por posicionamiento político. Cada voto migró en busca de una perspectiva ideológica con la cual identificarse, y la inmensa mayoría lo consiguió, lo que se debe traducir en una composición parlamentaria mucho más coherente y políticamente representativa que el Congreso que termina funciones.  

Si la Constitución de 1993 no hubiese recogido la segunda vuelta presidencial francesa, Keiko Fujimori hubiera ganado las elecciones sin tener el respaldo explícito de la mitad del país y sin la legitimidad política necesaria. En un país como el nuestro, conocedor de variadas expresiones extremistas, se debe mantener la institución que obliga a los radicales a moderar sus programas en busca del consenso y del centro político.

La forma de hacer política ha cambiado. En sustancia, siempre será intermediar intereses y tendencias entre el individuo o el grupo social con el poder y el Estado. Pero los procedimientos no pueden permanecer impasibles en el siglo XX. Una delicada función de las agrupaciones políticas es la de ofrecer candidatos al electorado, pero la forma de seleccionarlos no puede quedar librada a la suma de los votos de simpatizantes movilizados en camiones ni tampoco, en el otro extremo, a la asamblea de cinco amigos. La legislación debe contemplar la realidad, dejando de exigir locales partidarios en plena era de las redes sociales, para concentrarse en impedir la formación de agrupaciones temporales de dudoso financiamiento y fortalecer a los grupos políticos de clara vocación de permanencia, aquellos que garantizan con su marca la capacidad del candidato propuesto.

Llegó el momento de eliminar el nocivo voto preferencial que ha contribuido a debilitar a los partidos e incentivado el transfuguismo. Lejos de empoderar al elector, permitió que la elección parlamentaria dependa de la cantidad de dinero a “invertir”. Es hora de privilegiar la formación, la vocación de servicio público por encima del interés por impulsar negocios privados.

Lima Metropolitana no puede carecer de representación. Elegir 36 congresistas en un mismo distrito electoral suprime la relación entre los electores con los elegidos indispensable en la representación política. Nos representan todos y ninguno. Una solución factible es establecer trece distritos electorales con similar número de población electoral, asignando a cada uno dos congresistas.

Finalmente, debemos alegrarnos porque las dos opciones mayoritarias están comprometidas con la Constitución Económica, fruto del desarrollo jurisprudencial de la Carta vigente, debiéndose  perfeccionar el modelo para seguir reduciendo la pobreza e impulsar la educación pública, como verdadero mecanismo de inclusión social.

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