En cierta ocasión, don Raúl Porras Barrenechea enumeró todo aquello que uno debe hacer para decir que realmente conoce Lima: “Hay que encontrarse con la huachafa de la Procesión del Señor de Los Milagros, asistir a una jarana con guitarra y cajón abajo del Puente, saborear los dulces de las monjas de la Encarnación, las nueces de nogal del monasterio de Prado y el turrón de doña Pepa, cortarse el pelo en una peluquería japonesa, pasearse por el Jirón De La Unión…”[1] Y la lista aún continúa…
Pero, suena casi inaudito eso de “cortarse en una peluquería japonesa”. ¿Cómo puede considerarse a las peluquerías japonesas como algo muy limeño? Bueno, en las épocas de Porras Barrenechea parece que así era.
Todo comenzó cuando se abrió la primera peluquería japonesa en Lima a inicios del siglo XX. Por aquellas épocas ningún caballero usaba cabello largo ni barbas descuidadas, por lo que muchos inmigrantes japoneses (así como de otras nacionalidades) vieron, en este oficio, una buena oportunidad de trabajo, ya que se requería poco capital y se aprendía fácilmente. Era un negocio que “caía a pelo”.
En poco tiempo, el número de las peluquerías japonesas en Lima aumentó a pasos agigantados. Por ejemplo, en 1904, solo en Lima, había 70 peluquerías cuyos dueños eran peruanos y apenas 1 de un japonés. Al año siguiente, cerraron 5 de las peluquerías peruanas, mientras que las japonesas aumentaron a 7. Para 1914 solo quedaban 30 peluquerías peruanas frente a 110 japonesas.[2] Y así sucesivamente. Con los años, el crecimiento de peluqueros japoneses en Lima era muy notorio y hasta podría decirse, que era escandaloso.
Esta situación provocó que muchos peluqueros peruanos cerraran sus negocios o los traspasaran a su competencia más cercana (la japonesa). La preferencia del público por los peluqueros japoneses quizás haya sido por la atención o la habilidad que tenían, que los convertían en los preferidos dentro del oficio hasta mediados de los años 40.[3] Pero cuando la habilidad fallaba, seguro que no faltaba la astucia. Algunos viejos limeños recuerdan aquellos cortes de cabello que hacían los chinos con una cacerola de fierro, el cual ponían en la cabeza del cliente como si fuera un molde. Y quizás este truco también era conocido por sus colegas japoneses. [3]
Con el paso de los años y la influencia de la segunda guerra mundial en el Perú, muchos negocios de japoneses cerraron (entre ellas, las peluquerías). Así, el recuerdo de esta limeñísima costumbre de cortarse el pelo con un japonés, quedaría solo como recuerdo.