En nuestro medio está muy arraigada la idea de que existe un arte popular ¿Cuál es la pertinencia actual de decir que hay un arte popular? Francamente creo que la subsistencia de tal adjetivo tiene ribetes de elitismo y es legatario de una forma de entender a las artes, muy propia de los siglos XVIII y XIX. Lo paradójico es que todo aquel que trata de resaltar el valor de ese arte popular (se supone que frente a un arte de elite) está cayendo en el juego nobiliario de asumir que hay varios tipos de arte en una graduación que va de unos muy excelsos y bellos hasta los retorcidamente vulgares. Quien dice que un vals criollo o una canción de la Tigresa del Oriente es arte popular obviamente está situando a ambas expresiones musicales en un anaquel separado al que sostiene a la Novena de Beethoven. La prueba de que el término popular se fue revistiendo de un reato negativo se encuentra en los propios documentos. Para 1611, Covarrubias en su Tesoro definía lo vulgar como lo referido a la gente ordinaria del pueblo, vale decir, todo lo contrario a los gustos y saberes de los estamentos privilegiados. Un tratadista de 1623 llamado Francisco de Lugo trataba de salvar en su obra Teatro popular, “las novelas morales que muestran los géneros de la vida del pueblo y las pasiones del ánimo”, dando a entender que lo excelso y equilibrado no estaba en esos sectores sino en el parnaso de las letras aristocráticas, y que si valía la pena acercarse a esas expresiones del pueblo era para aprender -tal vez con un poco de diversión- qué no debía hacerse. El siglo XVIII trajo la gran impronta de hacernos creer que existían las Bellas Artes y que lo demás era vulgar (Charles Batteaux lo señaló en 1746). Aun no se aquilata cuánto se vio encorsetada la humanidad con el Iluminismo de esa época y, en el Perú, esa Ilustración se volvió fingido perricholismo y en él han caído ya muchos, como Szyszlo o Vargas Llosa, que asumen que el arte debe ser bonito, consonante, bello; y que lo otro es popular. Pero de ese mismo perricholismo beben, si quererlo, quienes se afanan en seguir sosteniendo que hay un arte del pueblo que debe ser puesto en marquesina; que es un arte de todos y que, por ello, tiene más valor que la expresión armónica que sale de la antena de la única estación de música “clásica” que tiene el Perú para endulzar a unos pocos tímpanos aristocráticos. De ahí que ya no le veo sentido decir que hay arte popular, el arte, hoy por hoy, debe ser uno y su valor solo radica – tal cual lo decía Sontag- en la experiencia erótica que pueda producir o en esa violencia sana que destruye nuestra cotidianeidad para violar el seso. Y todo eso está, dependiendo, en El Arbolito de Walter León o en un Aria da capo de Bach.