Lo que delata esta segunda cuestión de confianza en menos de un año, es que el principio de cooperación entre poderes se ha derruido, la ausencia de “lealtad constitucional” ha dado paso a una tercera crisis en este quinquenio; y, si bien son constitucionales (dentro del principio de equilibrio de poderes) las figuras como, la interpelación, la censura y la cuestión de confianza; pero la necesidad o uso excesivo de los mismos evidencian una realidad ulcerada, un sistema en muletas; y, para no ser nihilista y evolucionar, es necesario advertir siempre el principio de solución democrática, lo cual nos invoca a responder de acorde a los objetivos democráticos, a los fines republicanos.
Nuestra realidad política es la herencia de la falta de civismo, y la deslealtad a los valores constitucionales; ya quizá quede para las siguientes elecciones el reconocer quienes son los responsables, y sancionar ello en las urnas; el deber actual es exigir mínimos gestos de honestidad con la Constitución, obligar mediante los accesos que tengamos a que los actores políticos sean conscientes de la necesidad de la estabilidad y sinceramiento que requerimos como sociedad. El juego político está muy por debajo del principio de solución democrática, y no es necesario llegar a escenarios tan supurantes para actuar conforme a los dogmas constitucionales; hay degeneración política al afrontar el filo de la navaja de forma tan reiterada; existe ausencia de creatividad y poca formación gremial.
Existen voces que piden disolver el Legislativo, previo a ello existe un paso que medirá el temple de los que elegimos hace tres años (Congreso y Ejecutivo), medirá su madurez y compromiso con este sistema, ello será la dación de la cuestión de confianza y un sinceramiento sobre los errores cometidos; caso contrario, la sabia Constitución indica una puerta de caso extremo, la disolución del legislativo. De por sí dicha norma no solo regula los casos de urgencia insalvable, sino que acusa una ausencia de coordinación y cooperación mínima, sería un recuerdo triste para los actores y culpables si nos siguen llevando a tal horizonte. El tracto seguido a dicho escenario, sería la convocatoria a nuevas elecciones, donde el poder regresa al constituyente (pueblo) a fin de que nuevamente elija a sus representantes, pero ello no garantiza el mejoramiento del sistema o la elección de congresistas de prestancia, y nos somete a cierta inestabilidad; aunque, puede que nos libre de presencias irrepetibles y nos brinde un mejor escenario pasada la crisis. Ahí está la carta magna, dando la dosis incluso para los que abusan de ella; aunque, en la esfera de qué es más conveniente, ya juega mucho el papel los dirigentes y del pueblo fiscalizador.
Es satisfactorio que en más de veinte años no tengamos un golpe de Estado, y gocemos así de cierta estabilidad democrática; pero, eso tampoco puede canjearse con los tres años de constante crisis que mantenemos. Es cierto que la realidad judicial agudiza las contradicciones del Legislativo y Ejecutivo, pero si se actuara con prudencia y objetividad (desde la prensa hasta las comisiones del Congreso) no tendríamos la necesidad de seguir en conflictos viciosos de poder, las personas no se verían airadas y el civismo apelaría antes que el fanatismo de algunos sectores. Todos hemos entregado parte de nuestra soberanía a fin de que nuestra convivencia tenga como ejes los valores y la fidelidad a la Constitución, no hagamos que los fines republicanos sean solo los medios de las apetencias sectarias; reconozcamos que se viene actuando mal, necesitamos cambios, contribuyamos a ello sin devaneos, condicionémonos a los valores de la República; hay, hermanos, mucho que hacer.
Máster en Derecho Constitucional por la Universidad Castilla La Mancha – Toledo, España.
Especialista en Tutela Constitucional por la Universidad de Pisa – Italia.
Profesor Universitario.