Claire Viricel
Cinco años pasaron desde que los economistas Carlos Ganoza y Andrea Stiglich nos pidieron, en su libro publicado por Planeta, sacudirnos del sueño del «milagro económico» (2007), «tigre de Latinoamérica» (2008), o «puma del Pacífico» (2012) con que unos amables extranjeros nos vistieron. El encantamiento duró lo que la década de oro 2003-2013, «resultado —dicen— de una acumulación de fierro, cemento y mano de obra» mientras las empresas formales crecían «a punta de músculo, no de cerebro». Hubo crecimiento, sostenido por «una institucionalidad chicha», mas «no desarrollo».
Su diagnóstico se centra en dos defectos. Primero, el optimismo ciego de los empresarios: en 2014 «pronosticaban que el Perú crecería a tasas altas entre 2016 y 2021, una declaración extraordinaria sin evidencia extraordinaria». Se negaron a ver la realidad: el bajón del PBI a 2,4% prefirieron imputarlo a errores de gobierno (la indefinición del humalismo). Durante la bonanza, mejoró «muy poco» la productividad en el sector formal, que pudo ser «con técnicas modernas de gestión o producción», y menos aún en el informal que de por sí la tiene baja, sea porque el sistema no le permite crecer (De Soto), sea porque solo buscan «sobrevivir mejor» (caso del ambulante de bajo nivel de educación). Resaltan el «crecimiento infeliz» —paradoja observada por el BID— percibido por tres de cuatro peruanos activos, que son informales y no despiertan sana envidia. Y si la productividad no mejora, es porque —dicen— la educación sigue mala, no hay capital humano preparado para puestos técnicos, y tampoco lo estarían para dar un salto tecnológico si no entienden lo que leen... También porque Perú cuenta con «insuficiente infraestructura», carece de «mercado laboral eficiente». Hoy y con la pandemia, ya no cabe el optimismo de entonces de Roberto Abusada (Instituto Peruano de Economía): «la economía entró en un profundo coma inducido», «no hay un Estado que funcione ni equipo capaz de conducirlo»; «se debe dejar de lado la suicida animadversión en contra del sector privado (El Comercio, 11.06.20 y 28.05.20,). Y en palabras del observador Juan Paredes, no podemos esperar un «exitoso retorno de las actividades económicas, comerciales y laborales con un Gobierno y un Estado gravemente contagiados de imprevisión, desorden, ineficiencia y corrupción» (idem, 30.04.20,). El deteriorio institucional fue masivo conforme la sociedad iba rechazando la política.
Y este es el segundo defecto, los políticos. Las reformas que requiere el país y siempre postergadas, necesitan de «líderes políticos con capacidad de emprenderlas». «Los peruanos hemos caído en la trampa de los partidos débiles [...]. Es impensable que sin partidos sólidos que tengan incentivos para mejorar las competencias del Estado e implementar mejores políticas públicas el país pueda emprender las reformas necesarias para desarollarse económicamente» (p.99). Ahora bien, el sistema de partidos siguió licuándose tanto por los efectos de la regionalización con la descentralización del apetecible canon, como por la desafección ciudadana. Así nacieron unos movimientos regionales que ganaron en 19 de las 24 regiones en los comicios del 2014. Hicieron gobernador de Ancash a César Álvarez, hoy en prisión, un típico «bandido pasajero» de la política. Porque esos movimientos «se forman por un interés muy específico y en torno a una figura dominante». Suelen tener vínculos con el narcotráfico y funcionan como una organización criminal. «Así los partidos han cedido terreno a organizaciones de bandidos pasajeros aliados con grupos ilícitos» (p.111). Sin representación y arraigo en el Perú provincial, es improbable que un partido emprenda reformas de fondo. Y cuando abren sus listas a independientes, «los cupos negociados equivalen a la compra de nominaciones», añaden, citando al politólogo Zavaleta (p.94). Basta recordar la mayoría absoluta de Fuerza Popular con más del 50% de ellos: se fisuró desde los primeros meses cuando la diputada Yeni Vilcatoma no admitió que su interés particular fuera subordinado al del partido. «El Perú está acechado por sus propias trampas: informalidad, incapacidad del Estado para proveer seguridad y debilidad del sistema de partidos, que en conjunto pueden conducir a la población a poner a un populista autoritario en la presidencia» (p.121). Bueno, el populismo sí llegó pero en el 2018, luego del destape Odebrecht que implicaba «bandidos sedentarios». Definición: funcionarios que «moderan su corrupción para no exprimir y agotar al sistema que los alimenta, siendo su hábitat natural los partidos políticos». «La política nos ha generado tanto rechazo que hemos permitido con nuestro desdén que el sistema de partidos se pulverice» (p. 98). Si de esto hace 5 años, ¿a qué abismo caímos después? Volvió la antipolítica y se criminalizó la política misma... «Sin partidos, no hay engranaje con el ciudadano», ni políticas públicas posibles. Nadie desde el Estado rinde cuentas porque los «individuos miopes no le responden a nadie».
A menos de un año de nuevas Elecciones Generales, inquieta la vigencia de su diagnóstico que ensombrecen el Covid-19 y esa otra plaga que resultó ser la corrupción Odebrecht, ambas importadas. De las propuestas que adelantaban —el 'shock institucional' (Carlos Meléndez), partidos políticos de alcance realmente nacional, una carrera judicial meritocrática—, poco o nada se ha podido hacer. La reforma judicial y electoral que otra plaga, endémica esta, precipitó —la podredumbre del Consejo Nacional de la Magistratura—, fue sometida a referéndum el 09/12/18. En realidad, fue un plebiscito, que abrió grande la vía hacia el atropello institucional de la disolución del 30/09/19, forzada pero popular, y que terminó en una nueva cámara de populismos competitivos de espalda al interés general y al Estado de Derecho. Ni pudo el Partido Morado, nuevo, con caras nuevas: minoría de minorías. Pero la reforma creó la nueva Junta Nacional de Justicia, nombrada ya no mediante concurso público bamba sino con evaluaciones finales serias y transmitidas en vivo. Esta es una mejora esencial que matiza la devastación que aqueja al país institucional. Mientras que la reforma electoral —calendario y financiamiento—, aguarda su implementación paralizada por el Estado de Emergencia, la cuarentena sin fin, aumentando la incertidumbre.
Hoy no solo calato está el Perú, se le ve los huesos de lo golpeado que está por la gestión vertical de la pandemia. Un solo Perú, no más cuerdas separadas, era el lema del CADE 2017. O sea economía y política van de la mano, pero hoy lucen más peleadas que nunca. Según Manuel Alcántara, profesor en Salamanca, Latinoamérica alberga «democracias fatigadas». Malos tiempos. ¿Qué partidos para levantar al país social y económico? En enero, había nada menos que 24 inscritos para el 2021, y otros cinco en proceso. Esa abundancia, ¿refleja la sociedad-civilización que somos o la expansión de «bandidos pasajeros» esperando salivando su turno? 5 años más tarde, el divorcio fatal entre política y sociedad alimenta la búsqueda de un salvador (no sabemos si Del Solar), que poco hará democráticamente si se trata de subir a uno de esos 24 vehículos que no pudieron sacar, en las últimas legislativas, más que 1'518'171 votos (Acción Popular).
El libro se cierra con un llamado final a «vestir al Perú» del 2015 —que no convenció—mediante un «frente común de ciudadanos, medios y empresarios para exigir y comprometer a los políticos a que prioricen el shock institucional» (p.143). Pero quizá se dé la convergencia ahora, dado el ahogamiento de todos tras batallas en claroscuro contra el Covid-19.