Punto de Encuentro

La desfujimorización, o el teatro del castigo

24 Agosto, 2020

Juan Antonio Bazán   

La desfujimorización tiene las formas del teatro del castigo. Semejante brutalidad caviar y estatal se debe al fracaso para acabar con la dicotomía fujimorismo-antifujimorismo que ha establecido la lógica de nuestro proceso político en los últimos treinta años, y por supuesto de los procesos electorales de los años 2011 y 2016. Por supuesto, la desfujimorización se debe también al proyecto de construcción artificial del escenario del proceso electoral del año 2021: La idea es que el fujimorismo no constituya más esa gran fuerza polarizante y ordenadora del comportamiento electoral que ha producido, casi por ley física, la regularidad de que la candidata presidencial Keiko Fujimori quede colocada en la segunda vuelta electoral. Es decir que, los competidores del fujimorismo pretenden encargarle a las instituciones, devenidas en mecanismos, del derecho penal y del derecho electoral aquello de lo que no fueron capaces de lograr mediante elecciones libres.

La fujimorización de más o menos la mitad de la sociedad peruana es un tipo ideal que debe ser definido a partir de los rasgos identitarios producidos por el liderazgo personal y por el oncenio gubernamental de Alberto Fujimori. A propósito, tal vez la bestialidad de la desfujimorización tiene su causa primera en una cierta sociología del conocimiento: Los caviares, autoridades de las ciencias sociales y principales interesados en este aniquilamiento político, no han estudiado con objetividad al fujimorismo sino que, por el contrario, la producción escritural tiene el sesgo de la naturaleza defectiva de dicho objeto de estudio. Puede decirse que los caviares han ensayado la mirada del desprecio sobre el fujimorismo como proceso social. A ello, adicionémosle que el propio fujimorismo tampoco tiene una narrativa sociológica o de alguna especie sobre sí mismo.

Michel Foucault construye su arqueología del castigo a partir de la idea de que a fines del siglo dieciocho e inicios del siglo diecinueve el Estado abandonaría el teatro de los castigos, de los cuerpos supliciados. En lugar de la simetría de la venganza, se habría asumido una cierta estética de la pena razonable. Dice Foucault: “Se excluye del castigo el aparato teatral del sufrimiento, (más bien) se entra en la era de la sobriedad punitiva”, “A la expiación que causa estragos en el cuerpo debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las disposiciones”. Pero, ocurre que el proceso de desfujimorización contradice la idea foucaultiana del humanismo moderno como el progreso de las formas del control social e incluso del control político.

Ocurre que no tenemos propiamente un relato de la fujimorización, pero sí un libreto de los procedimientos de comunicación política y de judicialización política de la desfujimorización. Veamos el procedimiento de la desfujimorización por mano caviar o propia: La desfujimorización es el establecimiento de una distinción semiótica. El discurso de la villanía tiene como categorías principalmente a la corrupción y a la violación de los derechos humanos, y ocupa un lugar central en la construcción estatal de la memoria. Los medios de comunicación, principales mecanismos en este procedimiento, han fortalecido un relato que empezó con el golpe de Estado del mismo 5 de abril de 1992, que se reforzó con la sentencia condenatoria de Alberto Fujimori el 7 de abril de 2009, y que, al fin, encuentra mayor arraigo a partir de la primera detención preliminar de Keiko Fujimori el 11 de octubre de 2018. Tal detención y las prisiones preventivas de Keiko son las puestas en escena más elocuentes de la desfujimorización como forma de la extirpación del fujimorismo. El derecho penal contemporáneo guarda el castigo en su parte más oculta; pero, el chaleco de detenida, las marrocas y las lágrimas de Keiko habrían de simbolizar la más grande derrota política del fujimorismo y la también la “corrección” estatal sobre la “incorrección” política.

La desfujimorización se pretende una profilaxis que implica hacer desaparecer a los símbolos del fujimorismo, pero también hacer desaparecer a los Fujimori en el estigma o en la cárcel. Veamos el procedimiento de la desfujimorización por mano judicial o encargo: La desfujimorización toma la forma del lawfare o guerra política a través de las instituciones del sistema judicial y del sistema electoral devenidas en mecanismos de la aniquilación. Así, la Junta Nacional de Justicia, el Poder Judicial y el Ministerio Público participan, de manera mediata o inmediata, de la definición punitiva del partido político Fuerza Popular como “organización criminal”, y el Jurado Nacional de Elecciones muy probablemente termine excluyendo del proceso electoral del año 2021 al partido político Fuerza Popular pretextando el haber recibido “financiamiento de la corrupción”.

No obstante, la desfujimorización revela un procedimiento más: La desfujimorización por parte del propio fujimorismo: Se trata del proyecto de refundación del fujimorismo a partir del constructo de que Alberto Fujimori es líder histórico pero también arcaico. Esta desfujimorización es electoral y es personal: Se basa en una cierta linealidad histórica, en la cual el fujimorismo habría alcanzado un estadio caracterizado por la cancelación de grado, mayor o menor, con su tradición: Keiko Fujimori y Fuerza Popular ocuparían la actualidad autónoma de una lideresa y de un sujeto político. A mi entender, esta racionalidad de la desfujimorización del fujimorismo equivale a la medida de la desmedida. Me baso, de manera preliminar, en la lógica pura y simple de la inducción sobre la deducción o de que la realidad es criterio de la verdad. Esta desfujimorización, inconsciente y festiva, por parte del propio fujimorismo es la razón fundamental de sus derrotas estratégicas en los últimos años: Ahí están los procesos electorales del año 2011 y del año 2016, la confrontación entre Keiko y Kenyi Fujimori entre los años 2016 y 2018, la oposición al indulto humanitario de Alberto Fujimori el año 2018, el proceso de vacancia y la posterior renuncia presidencial de Pedro Pablo Kuczynski el año 2018, la disolución del congreso de la república en el cual la bancada de Fuerza Popular tenía mayoría absoluta, y por último las cárceles una y otra vez de Alberto y Keiko Fujimori e incluidos sus estrategas políticos.

La desfujimorización por parte del propio fujimorismo cuenta con dos decisiones estratégicas erradas, no mencionadas en el parágrafo anterior, pero que deben relievarse. Uno: A decir de nuestra más importante periodista caviar, el año 2011 Fuerza Popular se habría opuesto al indulto de Alberto Fujimori, pues Alan García intentó concedérselo al final de su gobierno. Dos: A decir de la misma Keiko Fujimori, el año 2018 Fuerza Popular celebra el acuerdo con Martín Vizcarra a fin de posibilitarle la presidencia de la república. Respecto del primer error, debo decir que si el año 2011 o el año 2016 Alberto Fujimori hubiese sido candidato posiblemente sí ganaba la presidencia de la república. Y, respecto del segundo error, éste ha sido aún más definitorio, pues el fujimorismo, al convertir a Vizcarra en presidente de la república, le dio vida al minotauro de la desfujimorización.

Alberto Fujimori fundó el siglo veintiuno peruano, y la desfujimorización es uno de los espectáculos totalitarios de nuestra historia. Finalmente, la derecha debiera ser para el fujimorismo lo que Damocles para Dionisio Primero, pues la desfujimorización pudiera dar paso a la existencia de una derecha más popular. Es así: La desfujimorización, o el teatro del castigo.

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