Punto de Encuentro

Solución final: Renuncia o vacancia

Dejar el poder puede ser interpretado como un acto de grandeza. Como Cincinato, quien, por insistencia del Senado, fue investido como dictador para la defensa de Roma. A los ochenta años, asumió los poderes y renunció a ellos luego de cumplir con su misión. Regresó a su granja voluntariamente. Sentía el poder como responsabilidad y obligación. No como nuestros gobernantes actuales, que quedan embobados por el glamour del poder.

Y es que no es sencillo renunciar a ese potente afrodisiaco. Además, el poder siempre estuvo asociado a ciertos trastornos generados por la “hybris” o desmesura. Es, en ese sentido, ilustrativo el libro de David Owen “En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”.

También hay renuncias dramáticas: Nixon tuvo que renunciar para no presentar las pruebas que lo incriminaban en el caso Watergate (mucha de esa información era secreto de Estado, que el presidente se negaba a entregar). Posteriormente fue indultado por Gerald Ford. Nixon, a pesar de todo, fue un notable estadista, sobre todo en política internacional.

A diferencia de la renuncia, es un acto unilateral y depende de la conciencia del gobernante, la vacancia es la consecuencia de un juicio político que debe ajustarse a los procedimientos constitucionales. El juicio político o impeachment tiene las características de un proceso penal pero el órgano jurisdiccional no es el poder judicial, sino el Congreso (o la instancia equivalente según el país). La consecuencia del juicio político puede ser la vacancia, como ocurrió con Fujimori o Dilma Rousseff.

Existen razones que generan una firme convicción de que el profesor Castillo no tiene las capacidades para ejercer la presidencia de la república. Su ignorancia en temas económicos, ambientales, militares y de política exterior, hacen peligrar la estabilidad política del país e incluso, la seguridad interna y externa. La sensatez (de la que carece este gobierno) nos dicta que la salida digna es la renuncia. Pero no lo hará. En Castillo no hay grandeza, no hay inteligencia, no hay integridad. No hay nada.

El problema radica en que, conforme pasen los días, será más difícil sacarlo del poder por los “compromisos” que asumirá con su patrón Vladimir Cerrón, con el miserable “lagarto” Martín Vizcarra y los empresarios comechados que decidieron contemporizar con este falso revolucionario, con este falso profeta.

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