La concentración de ciudadanos para participar en una movilización, no es un acto que surge espontáneamente, puesto que requiere una motivación y un grupo humano que fija día, hora y lugares de preconcentración, para luego organizar el recorrido y señalar algunas pautas para la vestimenta, pancartas y cánticos.
No es novedad que, enterados de esta convocatoria, a la par se organizan grupos de personas que asisten a la movilización con el objeto de generar violencia contra las fuerzas del orden, atacando propiedades públicas y privadas, y generando saqueos y destrucción.
Lo mínimo que se espera es que, los organizadores de la movilización, apenas vean actuar a este grupo de vándalos, marquen distancia y asuman una actitud de rechazo, retirándose del lugar, y dejando constancia que no comparten la violencia desatada. Lamentablemente, no ocurre lo deseable, y con su permanencia, avalan la crítica actitud de los infiltrados, tal cual los califican ellos mismos.
En ese marco, el día 5 de marzo, una considerable cantidad de ciudadanos se agolparon hacia la avenida Abancay con el propósito de dirigirse hacia el Congreso de la República, lugar en el que se encontraba el presidente de la República, junto a la mesa directiva y los portavoces de los partidos políticos con representación en el hemiciclo.
La policía acordonó la zona, y como era previsible, impidió el acceso de la multitud hacia el Congreso, pues no debemos olvidar que, una masa humana sin control, puede terminar atacando el edifico, y generando una situación incontrolable, con daños y perjuicios que tendríamos que lamentar.
La policía a cargo de esta tarea, por las noticias y videos transmitidos, se le notaba disminuida, pues no contaba con equipamiento completo, lo cual considera portar armas de fuego, así como mascarillas para evitar los efectos de los gases lacrimógenos; y además actuaban como si no contaran con un plan de operaciones básico, pues el número de efectivos era tan variable, que en momentos se veía un contingente numeroso, y en otros, cantidades insuficientes, lo cual era aprovechada por las turbas, en los diversos escenarios en que se desarrollaron los hechos, para atacar con mayor rudeza al personal policial.
Se necesita de un plan de operaciones que considere tareas y actividades para la zona de acción y la zona adyacente, puesto que se observó que locales vulnerables se encontraban sin protección debida, lo que facilitó la destrucción de lunas e intentos de incendio. Un buen planeamiento, dada la importancia del evento, hubiere considerado a las Fuerzas Armadas para que asuman dicha vigilancia, y su presencia habría sido disuasiva.
Conforme avanzaban las horas, se notó la presencia de la policía montada, expuesta al ataque, pues en zonas urbanas, con piso de asfalto o cemento, su empleo es lo menos recomendable. También la participación del vehículo rompe manifestaciones, limitado en su accionar, dado el tiempo de uso. Pero lo que no se observó, fue la previsión del inmediato apoyo médico, próximo a la zona de acción, pues es previsible que en enfrentamientos haya heridos y lesionados. Ante tal carencia, un jeep de bomberos trasladó a un policía herido, mientras que otros dos eran conducidos a pie apoyados por colegas.
Dejemos para otro momento el debate si la policía está adecuadamente equipada; si es responsable enviarlos a la acción sin armamento ni mascarilla de protección contra los gases; si el número de efectivos previstos respondía a las necesidades que inteligencia debió prever; si el personal policial estaba calificado o no para responder con acierto y ventajas los ataques y agresiones de grupos de manifestantes abiertamente violentos.
Con limitaciones, sin un plan de operaciones bien diseñado, sin contar con el apoyo debido, desarmados, y muchas veces parte del personal comprometido con escaso entrenamiento; a las finales, la calma retornó a la zona, y la policía con un cuantioso número de efectivos heridos, se replegó a sus unidades para recuperarse, reorganizarse y volver a salir para atender las emergencias que cotidianamente se presentan.
Lamentablemente, en dicho interín, el presidente del Consejo de ministros, en una entrevista con un medio extranjero, soltó una improvisada afirmación, señalando que la policía tiene una preparación deficiente, basado en el hecho que siete policías no pudieron detener a una persona.
Lo que el premier señaló, por la observación de un solo hecho, debe de haber sido la causa de un gran malestar en la institución policial, afectando la autoestima de los efectivos que a diario cumplen con lealtad y sacrificio la inmensidad de tareas que la Constitución y las Leyes le señalan, y causando desazón para enfrentar los acontecimientos que se presentan a nivel nacional y que requieren su intervención.
Al hacer esta afirmación, el premier olvida que, detrás de cada policía hay un número de personas que los admiran y respetan, ya sea porque son de la familia, parientes, amigos y de la comunidad, que saben de su esfuerzo y dedicación, todo lo cual dañan estas incomprendidas declaraciones formuladas con escaso tino, por quien debería brindarles su apoyo, porque ambas partes, premier y policía, forman parte de un Estado que tiene la gran responsabilidad de preservar el orden social y público, que dadas las actuales circunstancias, se encuentran en grave riesgo.
Sería loable una disculpa pública de dicho funcionario, o en caso contrario que el ministro del Interior plantee una demanda, en resguardo y por el honor de los valerosos policías que a diario ponen el pecho, y que no merecen estas agresivas declaraciones.