“El principio de no intervención es un principio del derecho internacional público que establece la independencia de las naciones y el derecho de autodeterminación de los pueblos. Este principio de no intervención prácticamente equivale al de no injerencia en los asuntos internos de otro país”
Es particularmente extraña la actitud de algunos políticos latinoamericanos con respecto a los estándares que manejan para legitimar distintos regímenes políticos. En este breve artículo queremos hacer referencia a la manifiesta injerencia de estos gobernantes en la política interna del Perú. ¿Quiénes son ellos? Son los mandatarios latinoamericanos que se sienten parte de un proyecto revolucionario de carácter continental pero que, detrás de la retórica “por la patria grande”, esconden sus filias y fobias políticas, estableciendo de forma arbitraria, quienes son parte de su selecto club. No puedo dejar de recordar la frase de Marx, no el barbón, sino el de los graciosos bigotitos: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”. Eso debería pensar Evo, Petro, AMLO, etc.
Así, las filiaciones políticas llevan a decidir que pueblos son soberanos, que nación es libre (o como dría la cháchara revolucionaria, territorio liberado). Los peruanos podemos estar orgullosos de que nuestra política exterior jamás a intentado inmiscuirse en cuestiones internas de ningún estado. Más bien, siempre hemos levantado nuestra voz de protesta cuando se produce una agresión imperialista (como en paradigmático caso de las Islas Malvinas).
Estos “mandatarios” olvidan la noble tradición de la política exterior y la envilecen con sus mezquinas agendas internas. Grave, por lo superlativo, es el caso del señor López Obrador (AMLO). Émulo de Chávez, AMLO pretende erigirse en la conciencia moral de la izquierda en el continente. Pero olvida que, en el denominado frente interno, México a retrocedido décadas a nivel institucional, económico y social. Preocúpese por los asuntos de su país, Sr. López Obrador, los peruanos tenemos la libertad, la autonomía y vocación por la autodeterminación de nuestro futuro. Cuidado con estas aspiraciones “neocoloniales”, no malogre los fuertes vínculos que unen al Perú con México, país hermano y muy querido en estas tierras andinas. Los peruanos sufrimos el drama de los mexicanos por la violencia, los crímenes, la presencia impune del narcotráfico. El dolor de México no nos es indiferente.
Considero que es importante que la comunidad internacional sepa que Pedro Castillo intentó dar un golpe de estado violando la Constitución y el estado de derecho. No es un perseguido político, no fue sacado del poder como sostiene, sin empacho, el Sr. Petro, ocupante del Palacio de Nariño: por ser indígena, dirigente social, agricultor, hombre del campo, etc. Bajo el “pensamiento Petro”, la intolerancia de la burguesía criolla blanca capitalina sacó al Benito Juárez peruano y es labor de las izquierdas latinoamericanas, alzar una voz de protesta: no señores, Castillo es un golpista y un criminal. Y su familia también lo es. En ese sentido, México está generando una situación de impunidad al proteger a la familia del chotano, cuando claramente deben responder ante la justicia. Si quiere opinar sobre política interna, Sr. Petro, puede nacionalizarse peruano. Seguramente la Sra. Mendoza, el CONARE y otros abortos radicales lo recibirán con los brazos abiertos.
Otros mandatarios, más duchos en estas lides, hacen piruetas políticas. El Sr. Fernández, presidente de la República Argentina, país hermano con quien nos une una historia común, procedió a reconocer a la presidente Boluarte y luego terminó calificando de víctima y perseguido al delincuente y golpista Pedro Castillo. Consideramos que este es el momento en que Cancillería debe actuar con firmeza, con una actitud principista, coherente con la tradición de nuestra política exterior: no somos una república bananera, no vamos a permitir que gentuza como AMLO o Petro intervengan en nuestra política interna. En el caso del presidente Fernández, esperamos que aclare cual es su posición (aún confusa) con respecto al golpista y delincuente Pedro Castillo, quien (no se equivoque) no es un indio atacado por las elites capitalinas, no es un agricultor discriminado por la oligarquía limeña. Castillo es un golpista, violador de la Constitución y un corrupto, que pretendió entregar al Perú al eje bolivariano. Y esto no lo dice solamente quien escribe estas líneas, sino las decenas de denuncias que tiene y que el Ministerio Público deberá tramitar.