Los caviares son historicistas, y tienen su propio sendero luminoso. Su sentido de linealidad histórica los convierte en creyentes de que el proceso social y político para estatuir su hegemonía totalitaria implica ineluctiblemente una media docena de etapas, sucesivas y paralelas. Tenemos: el dominio de la hermenéutica, la posesión de los cuerpos, la depauperación de las instituciones representativas, la intervención de los órganos constitucionales y, finalmente, la instauración del totalitarismo caviar y progresista. Tal régimen político es la expresión nacional del nuevo orden mundial y, en general, del progresismo globalista. Entre nosotros la estrategia y la táctica del camino caviar, así como el programa maximalista de este nuevo régimen, son la actual representación más cruenta de la correspondencia entre coyuntura e historicismo.
Los caviares, por definición, son maquiavélicos y gramscianos. O mejor: son maquiavélicos porque son gramscianos. La cadena elemental de los “libros vivientes” caviares, o la razón por la cual los caviares son como son, es esta: Antonio Gramsci ve en El príncipe de Nicolás Maquiavelo, lo que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en Notas sobre Maquiavelo: Sobre la política y sobre el Estado moderno de Gramsci, y lo que, a su vez, los caviares en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia de Laclau y Mouffe. Precisamente, Gramsci revisa a Maquiavelo a partir de la vinculación entre El Príncipe y El arte de la guerra, y no así entre El Príncipe y Los discursos sobre la primera década de Tito Livio. Gramsci, como los caviares, no valora la democracia republicana: Lo que él y sus discípulos peruanos quieren es estatuir un régimen totalitario.
Devolvámosles a los caviares, y a su maestro italiano, algo de crueldad: El sardo cojo lo que hace es abatir al realismo político y al “ser” de la república, y en su lugar instituir la fantasía política y al “deber ser” de un nuevo totalitarismo. Es más: Este hombrecito, de metro y medio de estatura, cree haber superado lo que él llama “la disidencia trágica”, o el supérstite refinamiento democrático, de Maquiavelo.
Los caviares son maquiavélico-gramscianos, entre otras razones, porque representan las pérdidas del ideal republicano y del escrúpulo. Hilos colocados en paralelo y a lo largo parecen conformar la siguiente trama, o camino histórico caviar “por etapas e ininterrumpido”: La primera etapa: Fue de la vigilancia y del dominio de la hermenéutica, al extremo que impusieron un lenguaje hegemónico, altamente coercitivo, consistente en categorías postmateriales, devenidas en fetiches, pero movilizadoras. La segunda etapa: Fue del castigo y la posesión de los cuerpos de los políticos opositores con la cárcel y la muerte, como las prisiones de Keiko Fujimori y el suicidio de Alan García. La tercera etapa: Fue, y es, de la intervención de los órganos constitucionales con el fin de controlarlos, de cooptarlos, como son el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Junta Nacional de Justicia y el Jurado Nacional de Elecciones. La cuarta etapa: Fue, y es, de la depauperación y si es posible del aniquilamiento de las instituciones de representación política, como son, sobre todo, el congreso de la república y los partidos políticos.
Por supuesto, como todo historicismo, este sendero luminoso caviar tendría su momento mayor éxtasis, que correspondería a una sexta etapa: Sería del totalitarismo caviar que, llegado el momento, habitaría principalmente en una especie de gran esfera de la sociedad civil, en desmedro de la sociedad política, e implicaría la desaparición política, y hasta biológica, de los no caviares. Finalmente, los caviares, como los senderistas, son historicistas, o enfermos de la historia.