Punto de Encuentro

El día que nos salvamos de morir

24 Noviembre, 2024

Claire Viricel

Claire Viricel

Con 29 años volvió a embarazarse, diez años después de alumbrar su primogénito. En la capital sureña donde ahora trabaja, le tocaba atenderse en un CESFAM (Centro de Salud Familiar). Su ecografía de la semana 32, que será la última, indicaba que tendría otro varón, y que sus parámetros estaban dentro del rango. Lo llamaremos Alex, y a ella, Flora.

Llegó la semana 37, ese tramo final estresante que no debe pasar de la 42. Flora tiene control con su ginecóloga. Por el tacto manual, le dice que el niño está en posición, y que coma más dulce para que se mueva. Desde entonces, tendrá controles semanalmente con otros médicos del CESFAM. Y muchos, son pasantes. Le insisten que la inducción de parto no procede antes de la semana 41.

A las 40 semanas y seis días, la atiende una joven. Observa la barriga —"muy grande"— y la gestante, de baja estatura, que reporta ausencia de dolores.

- "El bebé no va a salir solo, pero no es para una emergencia. Vete a casa y prepárate. Coman algo y váyanse para el hospital." Cumpliendo, la pareja se presenta al hospital indicado. Son las 19:00 horas de un jueves 31 de agosto.

Allí, le toca esperar sola, en un pasillo, con otras cinco gestantes. El médico, cuarentón de tono seco, revisa expedito su cuaderno.

- "¿Tienes dolores?"  - "No"

- "¿Rompiste fuente?" - "No"

- "¿Qué haces aquí? Te adelantaste de un día."

- "Vine porque me refirió la doctora". Entonces pasa a examinarla.

- "No hay ninguna dilatación... Y aquí, estamos demasiado congestionados. Ve a casa y vuelve mañana a las 08:00, si no rompes aguas antes, claro."

El viernes 1° de setiembre, la pareja llega a la hora indicada. Su ingreso procedimental demora, dizque por falta de camillas. Mientras tanto, controlan las señales del bebé, está bien. Luego la obstetra procede al tacto vaginal y reporta que tiene dos de dilatación. Curioso, piensa Flora, no debería haberme dolido tanto... Por fin, a las 12:30, ingresa a la fila de parturientas. La preparan. Mientras espera largas horas, conversa con una de ellas. Está con 37 semanas y con inducción. ¿A la 37a? Flora se estremece. ¿Por qué se lo negaron soberbiamente?

Son más de las 19:00 horas cuando la bajan al piso de la sala de partos. Toca un cambio de turnos, y escucha conversaciones discrepantes. - "¡Pero sí había camillas para bajarla!". Voltea la cabeza, ve 17/20 desocupadas. Trata de controlar su estrés incrementado. Un médico indica que ya, van a inducir el parto. Un cuarto de pastilla que se toma cada cuatro horas, para empezar. ¿Dieciséis horas más de ansiosa espera? Y no ha comida casi nada...

Durante la noche empezó a dilatar. Le toca el último cuarto al día siguiente, sábado 2 de septiembre, a las 08.00. Sigue en posición semi sentada. Y le vienen contracciones muy fuertes. Le preguntan si quiere anestesia peridural y dice que sí. El anestesiólogo procede y se le va el dolor. Seguido la médica revienta la membrana. - "Ahora, a esperar", y se van.

Pasa una hora y media. Nada sucedió, pero se perdió el efecto de la anestesia. Cuando vuelven, les pide, por favor, otra. El anestesiólogo se demora. Cuando por fin se la puso, proceden a tacto, le indican ponerse en posición de loto para que el bebé se encaje. Eso le genera un dolor atroz que le invade la cabeza. Cree que va a estallar, contiene sus gritos, la han dejado sola...

De repente entran cuatro muchachos relajadísimos. Empiezan a monitorear al bebé. Flora está lívida. - "Me siento mal..." Tiene escasa fuerza para alcanzar la mano de la partera más cercana, quien da un salto. La mano de Flora estaba fría, las uñas de color morado. Sale corriendo a buscar los aparatos de control maternal. Sus signos vitales están bajos. A las 10:40, la jefa señala un dizque ocho de dilatación. Indica que toca entrar a la misma sala de parto.

Adentro hay cuatro personas y un mozo alto, el padre. Piden a Flora que puje mientras un antebrazo hace fuerza sobre su útero. Insisten. - "Es un bebé pequeño pero metido". Y de repente una voz:

- "¡Paren todo! Tiene el cordón enrollado. ¡No hagan sufrir más a esta muchacha! "

Los latidos del bebé, de 146-150 habían caído a 50 y seguían bajando. Piden a Flora su acuerdo para una cesárea. Sigue una discusión con el anestesiólogo renuente a proceder fuera del quirófano pese al apremio. En eso, interviene la jefa.

- "¡Es que están comprometidos ambos, se nos pueden morir los dos!!"

Alejan al padre de la discusión y de la madre a punto de desmayarse. Se echa a llorar de impotencia. Al poco rato, lo hacen regresar.

- "Vamos a operar aquí entonces, y a callarnos para no asustar al papá. A todos, ¡reunión dentro de dos horas!". El anestesiólogo por fin la pincha. Ponen a Flora en posición adecuada. Siente pronto su cuerpo inferior paralizado. Está lista para el corte.

Unos chisguetes de sangre rozan la cara del padre. ¿Acaso no tienen bisturí electro-cauterizador? Jalan las carnes vertical y horizontalmente buscando a cuatro manos la criatura que se les resbala. Desgarran de pasadita el corte por ambos lados. Y por fin, un llanto. Interminable. Son las 11:35.

- "¡Qué tremendo muchacho!", se exclaman. Al contacto de la piel de su madre y al escuchar su voz, el neonata se sosiega. Sobrevivieron. Agotada, Flora se desmaya. La trataron a lo bestia.

Reabre los ojos cuatro horas después en un ambiente cortinado. Escucha una voz mientras le colocan medias de compresión.

- "Oh, ¡se despierta la Bella Durmiente!... ¡Cómo iba a parir si era tremendo muchacho! Estábamos muertas de risa porque, pese a todo lo que lloraste y sufriste, tus pestañas permanecieron intactas". Ninguna disculpa. Empatía nula.

Alex nació con 52 centímetros y 3,75 kilos, en un trance agónico de 36 horas indigno del contexto y del siglo XXI altamente tecnologizado. Hubiera bastado una ecografía oportuna y pelvimetría. El embarazo fue normal. En el control postparto, Flora cuenta a su ginecóloga, que tiene todos los antecedentes, su vía crucis. Sacude la cabeza y sentencia: - "Mala praxis..."

La mortinatalidad ha obsesionado nuestra especie desde hace siete milenios. Un gran científico francés, Serge Dunis, ha dedicado más de quince años al estudio de la mitología de las riberas del Pacífico para entregarnos una excepcional antropología de la muerte en el parto. 1700 páginas, en tres volúmenes, siendo los últimos dos una edición del CNRS, el centro nacional francés de investigación científica (L'île aux femmes, del 2016, y L'ours, la vague et la lionne, del 2022). Infatigable estudioso de nuestros orígenes, a través de la disección de 420 mitos inmemoriales —la mujer-ballena mapuche entre ellos—, detectó una constante, la obsesión de la muerte en el parto. La reproducción y el peligro. Eros y Tánatos. La condición femenina conlleva esa lucha incierta entre la vida y la muerte intrauterina, recalca Dunis, y justificó la masculinización del poder y la poligamia.

El activismo feminista, perdido en sus sesgos ideológicos, debería hacer suya la lucha contra la muerte intraparto. Y las parteras, tener vocación y empatía mínima.

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