COLUMNA DE OPINIÓN: ESCRIBIR FUEGO
Los días de Petronila de Héctor Meza Parra
Por Francois Villanueva Paravicino
Esta novela de Héctor Meza Parra, Los días de Petronila (Editorial Quimérica, 2025), fue un proyecto ganador de los Estímulos Económicos para la Cultura en 2024. Su autor es uno de los escritores más destacados de Junín, región a la que ha dedicado gran parte de su obra. Aunque su nombre todavía no resuene con fuerza en Lima, en su tierra natal ha recibido múltiples reconocimientos. Allí, por ejemplo, fue muy bien acogida su obra Los mataperros (2012).
En Los días de Petronila, Meza Parra se adentra en la historia no oficial, en aquellas zonas silenciadas por los manuales escolares, y rescata la figura de una mujer que, sin ocupar un lugar en los documentos de la historia, fue fundamental en los acontecimientos de la independencia en Tarma. La novela se centra en Petronila Abeleyra Aspíllaga, joven madre de dos hijos, de ascendencia española, esposa del intendente realista y luego coronel Francisco de Paula Otero. Ambos, obedeciendo el clamor popular, se unieron a la causa patriota en los decisivos años de la independencia peruana.
El retrato que ofrece la novela es sugerente: Petronila aparece como mujer hermosa y deseada, pero también como personaje complejo, atrapada en los vaivenes de la historia y del amor. Amó profundamente a su esposo, pero fue también amante de Simón Bolívar, el Libertador. Esta tensión dramática se despliega a lo largo de casi 240 páginas, que culminan con una escena desgarradora: la muerte de Francisco de Paula Otero. En su lecho de agonía, el coronel confunde a Petronila con Marisela, su primer amor juvenil, a quien había conocido a los 23 años. El error, que duele más que la propia muerte del esposo, se convierte en el símbolo de una herida íntima, difícil de cerrar.
El relato muestra a un Otero que nunca abandonó el recuerdo de Marisela: en sus viajes constantes, enviaba cartas apasionadas a esa mujer, más encendidas y cuidadas que las que remitía a su propia esposa. La novela, en este sentido, adquiere un tono epistolar, pues gran parte de la trama se articula a través de cartas, documentos y testimonios que enriquecen la narración y la dotan de un aire confesional. Este recurso refuerza la tensión entre lo público y lo privado, entre la historia nacional y la historia íntima.
La novela arranca en un momento clave: la partida de José de San Martín del Perú, en 1822, tras proclamar la independencia en Lima. San Martín busca el retiro en Argentina y sueña con viajar a Europa. En ese vacío de poder, la llegada de Simón Bolívar genera expectativas y esperanzas, pero también recelos. Bolívar, recibido con honores, participa en celebraciones locales como la fiesta de San Cristóbal, donde conoce a Petronila y queda prendado de su belleza. La pasión surge de inmediato: tanto es el embrujo de la joven tarmeña que Bolívar se desplaza hasta Tarma para verla, rompiendo con las formalidades del poder.
El contexto histórico que traza Meza Parra es turbulento: tras la salida de San Martín, el Perú vive un interregno de anarquía republicana, con bandoleros que infestan los caminos, una política vacilante y el sueño aún inconcluso de liberar el último bastión español en el sur. En ese escenario de incertidumbre y de transición, se produce el romance. El primer encuentro sexual entre Bolívar y Petronila, narrado con un tono erótico y apasionado, se da mientras Otero se encuentra de viaje en otras tierras. Pese a la resistencia inicial de la joven —que teme la condena social y moral—, Bolívar, hombre de seducción legendaria, logra conquistarla. El Libertador, dicen, “donde ponía el ojo, ponía la bala”.
Uno de los ardides narrativos que utiliza Bolívar en su conquista consiste en señalar a Petronila que él sabe de su complicidad con la causa patriota: tanto ella como Otero, pese a sus vínculos realistas, brindaban información y apoyo a los insurgentes. Bolívar maneja ese secreto con astucia, desplegando a la vez un encanto irresistible y la autoridad de su rango. La novela, sin embargo, no se limita a exponer un triángulo amoroso: pone en tensión las lealtades políticas, los deberes conyugales y la fragilidad de la condición femenina en un tiempo en que las mujeres quedaban relegadas al silencio.
Pese a la aventura con Bolívar, el amor de ella hacia su esposo nunca se extingue. Ella, en la parte final de la novela, lo acompaña con obstinación, persiguiéndolo contra viento y marea en las batallas finales por la independencia, abandonando incluso a sus padres y a sus hijos. Luchan juntos en medio de la incertidumbre, y su huella llega a las Memorias del general británico Guillermo Miller, quien la menciona —aunque no por nombre propio— como la esposa del coronel Francisco de Paula Otero. Esta alusión marginal, rescatada por la pluma de Meza Parra, adquiere en la novela la fuerza de una reivindicación: dar voz y rostro a una mujer invisibilizada por la historia oficial.
Es cierto que no debemos leer Los días de Petronila como un documento histórico. La literatura histórica se nutre de fuentes, pero se expande en la imaginación, en la especulación y en la recreación ficcional. Lo que logra Meza Parra es calibrar ese equilibrio delicado entre fidelidad histórica y libertad narrativa. La novela interpela al lector contemporáneo con preguntas que van más allá de lo anecdótico: ¿cuántas mujeres como Petronila quedaron borradas de los relatos oficiales? ¿Qué significa, para la memoria nacional, reconocerlas?
En ese sentido, la obra se suma a una corriente de narrativa histórica que ha encontrado numerosos adeptos en el Perú. La figura de Bolívar, como personaje literario, no deja de ser ambigua: héroe de la patria y, a la vez, hombre vulnerable a las pasiones carnales. Petronila, por su parte, encarna la tensión entre el deber y el deseo, entre la fidelidad y la traición, entre la historia pública y la intimidad. Otero, finalmente, aparece como un patriota apasionado, pero también como un hombre marcado por nostalgias y contradicciones.
El mérito de Héctor Meza Parra radica en que no convierte a sus personajes en estatuas ni en estampitas, sino en seres humanos de carne y hueso, con sus dudas, flaquezas y secretos. Y, aunque en algunos pasajes la prosa adolece de descuidos de estilo que podrían haberse corregido en la edición, el conjunto mantiene un ritmo narrativo ágil y envolvente.
En suma, Los días de Petronila es una novela que invita a repensar la historia peruana desde los márgenes, desde aquellas voces que, aunque no figuren en los manuales, ayudaron a construir la nación. Petronila Abeleyra Aspíllaga, mujer olvidada en la letra menuda de las memorias de Miller, renace aquí como protagonista de una trama donde el amor, la política y la guerra se entrelazan inseparablemente. Leerla es reconocer que la independencia no fue solo obra de caudillos y generales, sino también de mujeres que, con su presencia silenciosa, marcaron rumbos decisivos.