Cuando cae un régimen, democrático o autócrata, se produce una ruptura de valores y de costumbres. Como una grave herida, cicatriza con el tiempo y con la ayuda de las circunstancias, a veces tarde y mal. La Gloriosa Revolución inglesa condujo al derrocamiento de Jacobo II El Católico, último rey Estuardo, asumiendo la Corona la Casa de Hannover, cuyo primer rey fue Jorge I, uno de los Príncipes Electores alemanes. Al no saber inglés ni disfrutar el clima de Londres, tenía largas ausencias. ¿Quién podía asumir las tareas de gobierno sin alterar los principios monárquicos? La respuesta fue Robert Walpole, líder del Partido Whig, en ese momento el mayoritario en la Cámara de los Comunes. El antecedente se hizo costumbre constitucional y quedó incorporado en la famosa Constitución no escrita de Inglaterra. Walpole inauguró el cargo de primer ministro, jefe del gobierno de Su Majestad, sustentado en un principio de realismo democrático: el rey encarga formar gobierno no al diputado con el que más simpatiza, sino al que ejerce el liderazgo efectivo del partido de la mayoría parlamentaria.
Un verdadera Constitución puede tener más de dos siglos y estar vigente, pues la jurisprudencia la interpreta constantemente, haciéndola hablar cuando es necesario. ¿Es constitucional que las universidades sigan obligadas a brindar cupos a postulantes de minorías raciales, aunque obtengan menor puntaje que el promedio general? La Constitución norteamericana, cuyos redactores no pudieron prever el problema, habla a través de la Suprema Corte de Washington. Por eso afirmamos que el texto constitucional no debe tratar de ponerse en todos los casos y suponer actitudes humanas del futuro. En nuestro país, interpretan el Congreso y el Tribunal Constitucional y es suficiente.
Interpretar la Constitución ante un problema de carácter político, como en el Pedido de Confianza, es tratar de encontrar una solución en clave de estabilidad y de gobernabilidad, jamás lo contrario. Deben desecharse todas las alternativas que nos lleven hacia la confrontación, procurando el uso de los valores y principios democráticos. Siendo nuestra Forma de Gobierno un presidencialismo matizado por instituciones del parlamentarismo, debemos partir de la premisa que el electorado ha otorgado dos mandatos, uno al Presidente de la República para que gobierne a la Nación y el otro al Congreso para que represente las principales corrientes de opinión existentes en la sociedad. La arquitectura constitucional, maliciosamente, porque intenta evitar la excesiva concentración de poder, prevé que ambos mandatos se ejerzan en necesaria convivencia: Loewenstein recordaba el principio de interdependencia por integración (parlamentarismo) y el principio de interdependencia por coordinación (presidencialismo).
Por ello, fue positiva la interpretación de que solo los ministros Zavala y Martens no podían repetir en el siguiente gabinete, sentido común constitucional. Pudiendo refrescarse al Ejecutivo con nuevas personalidades pues, al final del día, necesitan aportar legitimidad y confianza para el Presidente de la República, que es jefe de estado y jefe de gobierno al mismo tiempo, tenga mayores márgenes de acción política, pues su reto principal no es sobrevivir cuatro años más, sino aprovecharlos ejecutando reformas significativas que redunden en beneficios para su electorado, que es, y no lo podemos olvidar, el soberano.