Punto de Encuentro

Colombia, Perú y el fin definitivo del terrorismo.

El pasado miércoles 23.09.2015, en La Habana, Cuba, el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el actual líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias 'Timochenko', anunciaron en presencia del mediador Raúl Castro (Presidente de Cuba), el compromiso formal de entrega de las armas que cerraría el más largo movimiento terrorista de la historia. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) vienen combatiendo contra el Estado y el pueblo colombiano desde 1964, ¡más de medio siglo!, y su líder-fundador, “Manuel Marulanda-Tirofijo” (que realmente se llamaba Pedro Antonio Marín), tuvo el triste record de ser el terrorista más longevo de la historia, falleciendo el 2008 de causas naturales, a los 77 años. Se calcula que el terrorismo ha dejado más de 220,000 víctimas en Colombia.

El premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez, en su excepcional novela “Cien Años de Soledad”, hace continuas referencias al conflicto armado colombiano: el personaje central, el coronel Aureliano Buendía, promovió 32 guerras civiles, ora con los liberales, ora con los conservadores, a veces a favor de su propios soldados, al final incluso en contra de ellos con tal de que la guerra acabara. Lo cierto es que, como dice la novela, tarde se dio cuenta el coronel de que nunca llegaba la paz, no por ideología, ni por compromiso, simplemente no llegaba por “soberbio”, por no dar su brazo a torcer, por no aparecer vencido a los ojos de nadie...

Honestamente creo que Santos ha hecho bien. Porque el Pacto de Paz contempla que, además del desarme unilateral en 60 días naturales después de la firma del Acuerdo, se aplicará a los delitos políticos una amnistía, pero no a los de lesa humanidad. Por ello se constituirá un “Tribunal especial para la Paz” que juzgará a todos los terroristas que hayan cometido asesinatos, secuestros y violaciones sexuales. Los que reconozcan sus graves culpas, en premio por colaborar con la justicia, tendrán penas de entre 5 y 8 años. En cambio, los que no colaboren, cumplirán condenas de 20 años... Ambas partes se han dado 6 meses para concretar los compromisos del proceso de paz acordado.

Algunos ya han corrido a criticar el acuerdo que acaba de nacer, como el expresidente Álvaro Uribe que manifestó el mismo día de la declaración de La Habana: "El acuerdo con las Farc es un golpe de Estado a la democracia". Recordemos que Uribe fue dos veces Presidente de Colombia, es abogado postgraduado por Harvard y Oxford, su madre fue Senadora del partido liberal y su padre un rico hacendado colombiano que murió en su propia hacienda en la región de Antioquía, repeliendo un ataque de los guerrilleros de las FARC que lo intentaban secuestrar. Sin duda, Álvaro Uribe nunca ha logrado superar su profundo rencor hacia los asesinos de su padre, y si fuera por él, la única salida al terrorismo hubiera sido seguir esa inacabable guerra de guerrillas que tanta muerte y desolación ha traído a los colombianos... Uribe se siente desde hace 3 años, traicionado por el actual Presidente Santos, justo desde que éste anunció el inicio de negociaciones con las FARC. Pero lo cierto es que Santos fue siempre su aliado. Heredó el poder de manos del propio Uribe. Como miembro de su partido y su Ministro de Defensa del 2006 al 2009, Santos dirigió a pedido de Uribe el ataque al campamento de las FARC -dentro de las fronteras ecuatorianas- conocido como “Operación Fénix” (01.03.2008), que colocó a sudamérica al borde de una guerra de grandes dimensiones (Venezuela y Ecuador movilizaron sus tropas a la frontera colombiana y EUA expresó su apoyo político y militar a Colombia). Yo creo que el Presidente Santos y la inteligencia del gobierno colombiano saben que las FARC aún podrían dar batalla por mucho tiempo en la intrincada geografía colombiana (tan tupida y agreste, tan corrompida por el narcotráfico). Por ende, negociar, en su caso, si procede. Hasta EUA lo considera sensato. No hacerlo siginificaría seguir con el reguero de asesinatos, raptos, robos y chantajes impunes...

Tan solo un día después del acuerdo de paz colombiano, el Ministro del Interior de España, José Fernández Díaz, declaró que lo que queda del movimiento terrorista vasco ETA “cabe en un microbús pequeñito” y que en las cárceles españolas y francesas cumplen condena 470 etarras. “El Gobierno de España no negocia con terroristas” afirmó contundentemente. ¿Quiénes tiene la razón: los que negocian o los inflexibles?

Considero que en cuestiones terroristas, cada país es un caso aparte, único. Por ejemplo, sólo el año pasado (2014), los muertos por terrorismo en todo el mundo se duplicaron, alcanzando las 32.700 víctimas, según el Informe Anual sobre el Terrorismo que publica el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América (EUA). Según dicho informe, gran parte de esas muertes se registraron en Siria, Afganistán, Paquistán y  Nigeria, a manos del terrorismo islámico. Afortunadamente, el terrorismo en latinoamérica prácticamente ha desaparecido. Incluso Cuba, que fue hasta hace poco una gran exportadora de guerrilleros y terroristas, ha dejado de ser una amenaza, como ha declarado el propio gobierno de los Estados Unidos. Ver a Raúl Castro, el hermano de Fidel, y uno de los connotados guerrilleros de Sierra Maestra, bendiciendo el acuerdo colombiano de paz en La Habana, así lo demuestra.

En “La política como vocación” (1919 ) el economista y sociólogo alemán Max Weber definió al Estado como el único que legítimamente puede ejercer el “monopolio de la violencia” a través de sus cuerpos y fuerzas de seguridad (policía, ejército). Pero cuando la violencia estatal se vuelve ilegítima, pierde sentido y termina pareciéndose al monstruoso “Leviatán” (1651) al que hace referencia Hobbes. Sólo en ese caso extremo, los ciudadanos se sienten con derecho a luchar contra el Estado, levantándose en armas (Guerra Civil), enfrentándose en escaramuzas de desgaste (guerrilla), destruyendo el orden establecido (terrorismo) o incluso, recurriendo al tiranicidio. Pero como añade Hobbes, siempre es mejor el Estado que el caos. Porque sin un Estado legítimo monopolizador de la violencia, “el hombre se vuelve el lobo de otro hombre” (“homo homini lupus”), imponiéndose la despiadada “Ley del más fuerte”, como existió en las “Zonas Liberadas” por Sendero Luminoso (35,673 compatriotas asesinados), o con los Jemeres Rojos en Camboya, que aniquilaron a la cuarta parte de su propia población (casi dos millones de personas).

El Estado puede y debe usar la fuerza para obligar a respetar el orden establecido . A eso llamamos “coerción”. Pero lo cierto es que, cuando el Estado y la sociedad realmente funcionan, ni siquiera es necesario aplicar la fuerza. Basta con la “amenaza del uso de la fuerza” o  “coacción”. Por ejemplo, la mayor parte de la gente NO roba, porque sabe que si lo hace, puede terminar presa (coacción). Son una minoría, los que roban y cumplen condena (coerción).

Normalmente, cuando el Estado encuentra difícil o lejana la salida legal a un problema social, entonces hace concesiones a los que cooperan a solucionarlo, aunque sean concesiones a los propios delincuentes que se declaran arrepentidos. Por ejemplo, si la policía llega a una agencia bancaria que tiene delincuentes dentro, incluidos algunos rehenes, es “de manual” negociar, para evitar daños colaterales (víctimas inocentes). Pero si los delincuentes no se encuentran en una situación de fortaleza, las Fuerzas Policiales deben hacer cumplir la ley sin miramiento alguno.

No hay acción política más cobarde e irracional que el terrorismo. Atacar a civiles inocentes, perjudicar las infraestructuras públicas, hacer daño a particulares -incluso a campesinos y obreros pobres-, en aras de un supuesto “nuevo orden”, es un estrategia política enferma, antisocial, esquizofrénica. Por suerte para Perú, esa batalla ya la hemos ganado. Sólo nos queda cerrar definitivamente nuestra ex-guerra interior, llegando a instaurar el orden público y la presencia del Estado en todos los confines de la patria. Quedan unos pocos focos en el VRAEM, que son realmente mafias paramilitares que cooperan con pequeños grupos de narcotraficantes. A ellos hay que cercar con inteligencia y fuerza, y vencerlos definitivamente, añadiendo colegios, plantaciones, carreteras, postas médicas... Pero no es el caso de Colombia. En nuestro hermano del norte, el terrorismo continua en muchas inaccesibles zonas, fuerte y organizado...

Confucio decía que “un buen acuerdo es aquel, que no deja del todo contento a ninguna de las dos partes”. A veces el precio de la paz, implica concesiones. Confiemos que el precio que pague Colombia, sea justo y funcione, para evitar más muertes, raptos y destrucción. Estoy seguro que a Gabriel García Márquez le hubiera gustado este acuerdo para su sufrida Colombia y que al Presidente Santos, la guerrilla colombiana y al propio exPresidente Uribe, Gabo les hubiera dicho exactamente esto:  

 “Un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad” (Cien años de soledad, 1967: 116).

 

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