María Inés Valdivia
En el Perú, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MMPV) funciona con una lógica asistencialista que sólo atiende los efectos de la violencia machista y no actúa sobre sus causas. Se aprecia por ejemplo, la insuficiente implementación de Centros de Emergencia Mujer y Casas de Acogida, sólo 50 en el primer caso y 39 en el último, a esta situación podemos contraponer más de 58,559 denuncias telefónicas por maltrato y violencia, recibidas durante el año 2019. A modo de ejercicio, en un año, cada Centro de Emergencia debería atender 1170 casos, pero no es así. Quizá alguna de las 159 víctimas de feminicidio pidió ayuda alguna vez y simplemente el teléfono sonó ocupado o tuvo que esperar un lugar en el refugio.
El problema de fondo del MMPV es la concepción política de sus programas, cuyo sustento es la identidad de las mujeres como algo fijo: la mujer-madre, sin valorar el potencial que cada una puede tener como empresarias, trabajadoras, estudiantes o cualquier otro rol que signifique poder; Salir del encasillamiento del rol mujer-madre, permitirá visualizar a las mujeres como sujetos autónomos, que pueden obtener independencia económica y emocional no sólo de un cónyuge o pareja maltratador, sino de todo un entorno social cómplice con el machismo.
Las políticas públicas apoyan programas que se vinculan a nuestra excepcionalidad biológica: la maternidad, la reivindican y la exacerban para entenderla como el súmmum de la experiencia de vida en términos de género-. Esta contingencia nos hace notar que el sexo sigue dando consistencia a los argumentos que sirvieron para encerrar a la mujer en el mundo de lo privado, fortaleciendo su apartamiento de lo político, sin compensar o materializar su reconocimiento como no madre o más allá de este rol, se afianza una concepción que valora la diferencia biológica y su desigualdad. La paradoja, es que las políticas maternalistas colocan el cuerpo como esencia de un programa y no plantean otras alternativas, sitúan al Estado de manera distante sobre temáticas complejas como el aborto, la violencia física y/o simbólica, las minorías sexuales y nuevas concepciones de masculinidad. La única forma de rechazar la violencia hacia nosotras es hacer evidente que no sólo somos biología, nuestro problema es también la desigualdad educativa, económica, cultural y legal. Mientras la madre y la familia, continúen siendo un lugar donde lo privado es imposible de ser negociado entre sus actores, los programas del MMPV son sólo paliativos que apagan el incendio de la violencia, pero no sus causas estructurales y perversas.