Punto de Encuentro

Hugo Blanco, o el político como artista

24 Junio, 2020

Hugo Blanco es, ante todo, el político como artista. Ha pasado a la historia porque su máscara más importante y sincera fue la del indígena arguediano. El mismo José María Arguedas asumió la tarea urgente de decírselo, en la carta que le envía a la Isla El Frontón: “Quizá habrás leído mi novela Los ríos profundos… En ese libro… Esos piojosos diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas, hombres despreciados por las mismas comunidades, esos, en la novela, invaden la ciudad de Abancay sin temer a la metralla y a las balas, venciéndolas… ¿Y después hermano? ¿No fuiste tú, tú mismo quien encabezó a esos “pulguientos” indios de hacienda, de los pisoteados el más pisoteado hombre de nuestro pueblo? ¿de los asnos y los perros, el más azotado, el escupido con el más sucio escupitajo?”. Blanco, aunque foucaultiano inconsciente, asumió que él es un artista y que su vida en sí misma es un arte. Se mimetizó hasta el absoluto: el misti urbano se convirtió en campesino indio, por el lenguaje y por la ropa. Por eso, devino en el artista de una sola máscara y de un solo acto. Aunque ensayó otras representaciones, como el trotskista y el post extractivista, éstas fueron secundarias.

Michel Foucault entendía que el arte podía ser también una forma de la experiencia vital. Pensaba: “¿Por qué no podría cada uno hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué esta lámpara o esta casa sí puede ser un objeto de arte, pero no mi vida?”. Distinguió tres campos en la genealogía artística propia de la relación del individuo consigo mismo, en tanto ésta signifique actividad creadora: “Primero, una ontología histórica de nosotros mismos en relación con la verdad, en virtud de la cual nos constituimos como sujetos de conocimiento; segundo, una ontología histórica de nosotros mismos en relación con el campo del poder, en virtud del cual nos constituimos como sujetos que actúan sobre los otros; y, por último, una ontología histérica de nosotros mismos en relación con la ética, en virtud de la cual nos constituimos como agentes morales”. Ocurre que en la genealogía político-artística de Blanco están presentes los tres campos o ejes foucaultianos. Así, de semejante argamasa, resulta que la verdad histórica y la consecuencia moral de la lucha contra el poder oligárquico resignificadas en su historia de vida devienen en narrativas absolutamente construidas.

El documental Hugo Blanco, río profundo, cuya directora es la cusqueña Malena Martínez Cabrera y cuyo patrocinador es el Ministerio de Cultura, representa el retorno arguediano y foucaultiano del personaje como una trama recurrente en la reconstrucción ética y estética de sí mismo. Pero, también ha reactualizado nuestro debate más significativo: El proceso cultural y político que originó la reforma agraria en los últimos cincuenta años. Blanco siempre tuvo suerte, al punto que al comienzo y al final de su vida, ha encontrado en sus propios detractores a los principales promotores de su carrera. Una y otra vez: En 1961, Pedro Beltrán a través del diario La prensa lo presenta sobrevalorado, lo hace romper los estándares de su tiempo, y lo convierte en mito vivo; y hoy, en el 2020, la denominada Coordinadora Republicana, las fuerzas armadas a través de sus oficiales en situación de retiro y una cierta derecha lo presentan como terrorista, como asesino, pero el efecto social es inverso y lo convierten en mito redivivo. Sus detractores se equivocan absolutamente: Incluso en la lógica, pues caen en el sesgo del estiramiento diacrónico de los conceptos.  

Él y sus detractores han hecho de su historia de vida una obra de arte histérica. Que quede escrito: Debo participar, pues siento el imperativo de salvaguardar la verdad histórica. He entrevistado a Gerardo Benavides Caldas, profesor sanmarquino y enciclopedia viva de la historia de la izquierda peruana, acerca del hecho concreto de la muerte del guardia civil en el puesto policial de Pucyurá el 13 de noviembre del 1962. Gerardo Benavides me autoriza a escribir que un integrante de la brigada Remigio Huamán y partícipe del acontecimiento, estando ambos en prisión, le contó que Hugo Blanco no mató al guardia civil Hernán Briceño, y que la escena del golpe de barreta en el cráneo es falsa. Entonces, escribo en forma de problema académico e histórico: ¿El autor del disparo al guardia civil Hernán Briceño fue un tal Pedro Candela?

El libro que citan los detractores de Blanco se titula Las guerrillas en el Perú y su represión, cuya autoría y edición sesentera corresponden al entonces Ministerio de Guerra. En el capítulo III, se lee: “Entre tanto, el guardia BRICEÑO, tirado en el suelo y con el cuerpo ensangrentado, impotente para hacer nada, dio un último grito, en la misma cara del asesino: -“Eres un maldito comunista, algún día pagarás este crimen”. No tuvo tiempo de decir más, una barreta de fierro le perforó el cráneo. El cuadro era desgarrador: HUGO BLANCO se quedó sosteniendo la barreta con la sonrisa del sádico que goza con el dolor y la muerte, mientras sobre la cara del guardia BRICEÑO, se desparramaban los sesos, que le salían por el ojo izquierdo, la nariz y los oídos”.

Pero, el mejor libro sobre las guerrillas en el Perú en los sesenta, y sobre el hecho puntual, se titula La lucha revolucionaria: Perú, 1958 – 1967, cuya autoría corresponde al francés Jan Lust. Ahí aparece la entrevista a Blasco Santos, periodista que en la década del sesenta se desempeñó como corresponsal del diario La prensa cuyo director fue Pedro Beltrán. Se lee: “El diario La Prensa de Lima se encargaba de magnificar… El gran mito de las guerrillas de Hugo Blanco en Chaupimayo es la nota periodística del día… 1. Guerrillas comunistas asolaban las haciendas expulsando a los hacendados. 2. Guerrillas armadas pertrechadas de Chaupimayo atacarían Quillabamba para colgar a las malas autoridades y funcionarios de los pocos árboles de la Plaza de Armas de la ciudad, según dijo Fortunato Vargas de Chaupimayo. 3. Según las exageraciones de la prensa de Lima y Cuzco, ningún proyecto de reforma agraria y de la tierra es aceptable por el campesinado, que lo único que exige es la expulsión de los hacendados, todos, sean buenos o malos. Mis despachos al diario La Prensa de Lima eran exagerados eran totalmente desfigurados. Yo escribía acerca de cien campesinos en paro y en Cuzco me ponían mil. Yo despachaba acerca de 14 heridos y allá me ponían 140”.

Finalmente, si Jean Paul Sartre lo salvó de la pena de muerte y Juan Velasco Alvarado lo indultó de la pena de cárcel, la absolución más grande, que por cierto incluye el cargo de terrorista, se la otorgó José María Arguedas: “Hermano Hugo, querido, corazón de piedra y de paloma”. Hugo Blanco es un político artista porque es un transgresor de su tiempo, y porque la reforma agraria es expresión artística moderna. El político artista hizo avanzar la historia. 

 

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