Punto de Encuentro

Paolo de Lima y la generación suicida

Paolo de Lima ha consumado la muerte de una generación que fue suicida, e ilógica. Él ha llevado a cabo el acto simbólico de la liquidación de la generación de los noventa. Este artículo está escrito en clave generacional y patafísica. Pues, la filosofía del absurdo nos puede ayudar a entendernos. En parte, o en mucho, Paolo lanzó un vaso contra la congresista Patricia Chirinos porque él perteneció a la generación que lanzó piedras contra Alberto Fujimori. Es así: Paolo sufrió un déjà vu, y llevó a cabo un performance. El lanzamiento, la trayectoria, de aquel vaso rompió la barrera del sonido, y nos regresó a un tiempo anterior, a la década de los noventa del siglo anterior. El centro cultural La Noche de Barranco se transfiguró en El Averno del jirón Quilca, en el centro de Lima. Paolo es un personaje: He seguido secretamente su obra y hasta su vida. Él uno de los más leales a la ilógica de una generación que se suicida, que se sabotea, que se traiciona a sí misma. Nunca fuimos amigos, pero lo conozco desde que coincidimos como alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Martín de Porres, a inicios de la década de los noventa. Él perteneció al grupo poético Neón, que tuvo como arquetipo al poeta maldito: De Arthur Rimbaud caminando en las calles de Charleville, a Carlos Oliva caminando por el jirón Quilca, por la avenida Wilson, para suicidarse arrojándose a una combi. Paolo también es suicida, aunque por definición tardía. Ha publicado “Poesía y guerra interna en el Perú (1980-1992)”, “Golpe, furia, Perú. Poesía y nación”, y “Lo real es horrenda fábula. La violencia política en literatura”. Volví a ver a Paolo, casi veinticinco años más tarde, esta vez en San Marcos, en la Maestría de Escritura Creativa, y como profesor le dedicó todo el curso de Poética II a la generación de los noventa. Paolo es el noventero más leal, por su objeto de estudio, pero también por su propia vida, pues en él se realiza lo que señala Karl Mannheim en “El problema de las generaciones”: “Varias generaciones viven en el mismo tiempo cronológico. Pero como el único tiempo verdadero es el tiempo vivencial, se puede decir propiamente que todos viven en un tiempo interior que en lo cualitativo es diferente a los otros”. Paolo padece del absurdo de la no contemporaneidad de los contemporáneos: Por eso fue capaz de participar de la conversión de La Noche, de Barranco, en un gueto cultural. Estuve ahí, aunque me retiré temprano: Etariamente, aquel día, los asistentes de La Noche eran sobre todo cuarentones y cincuentones. Sociológicamente, se hizo presente la generación de los noventa. En su momento, publiqué un libro generacional, titulado “La política ya no es lo que fue. Opina la generación de un nuevo siglo”, en el que se juntaron las voces de jóvenes intelectuales cultores de la filosofía, el derecho, la sociología, la literatura, el arte, entre otras disciplinas, con la finalidad de llevar a cabo un supremo acto de juventud: Anunciar el cambio de época, y refundar la cultura y la política peruana. Hoy, veinticinco años después, debo reconocer que, epistemológicamente, los jóvenes de los noventa pertenecimos a una generación tan solo acumulativa, no fundacional. De verdad: Nuestra generación ha terminado como tributaria de generaciones anteriores, como una fotocopia de la novela de Mario Vargas Llosa, “Conversación en la catedral”. Debo declarar, en socorro de Paolo, otra absurdidad: Él es doctor en literatura por la universidad de Ottawa, pero también es lanzavasos. La sociedad debe perdonarlo, debe amnistiarlo. Paolo de Lima ha consumado la muerte de una generación, suicida e ilógica.

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