El 2 de marzo de 1968 mi papá me llevó al Estadio Nacional por primera vez para que me haga hincha de Sporting Cristal, pero el club bajopontino empató 2-2 con Universitario de Deportes en una tarde memorable, aún la recuerdo. Obviamente salí del estadio fanático Crema, impresionado por la personalidad de un equipo que, sin haber demostrado ser mejor, se había desvivido por no perder, su entrega en cada dividida me había ganado el corazón para siempre. Luego vinieron las campañas de Copa Libertadores: “refrescantes noches deportivas” “noche merengue en el Nacional” repetiría año tras año Humberto Martínez Morosini en épicas jornadas en las que todo hincha de Universitario sentía que podía ganarle a River en Buenos Aires, al Peñarol en el Centenario, a Botafogo con lluvia intensa en Rio, o a Independiente en Avellaneda. No importaba si la selección estaba en una absurda gira europea y nos había dejado sin titulares, ser de la U significaba creer en el triunfo aun con suplentes y juveniles solo porque teníamos la certeza de que cada camiseta iba a ser sudada hasta el colapso, porque el fútbol es tan parecido a la vida que el mejor no siempre gana, sino quien mejor se prepara y más se esfuerza.
Y como todo, esa etapa tuvo su fin. Otros clubes tenían más dinero y administraban mejor sus ingresos. Hubo años de tristeza profunda, así como otros de lucha y esperanza. Tuvimos campeonatos nacionales y memorables jornadas internacionales, pero ya no éramos el equipo de la temible Garra, porque también los otros se entrenaban a conciencia. Fueron pasando los años y con ellos la esperanza de regresar a una final de Copa Libertadores, porque no nos adaptamos al futbol show que produce y demanda mucho dinero. Hasta que un presidente corrupto firmó una adenda con una constructora, aumentando las obligaciones contractuales; de tan solo ceder la propiedad de los palcos a cambio de la construcción del Monumental, al pago de un dinero cuantioso e irreal que originalmente no había sido considerado, deuda fraudulenta que se fue multiplicando por intereses leoninos, mientras que el acreedor administraba maliciosamente el club, para quebrarlo y llevarlo a la baja, a fin de quedarse con sus activos, y así urbanizar CampoMarU.
Pero esa camiseta Crema, que fue comprada inicialmente buscando imitar los colores del Real Madrid, pero que, de casualidad, no fue blanca la tela barata llevada a la textil que haría nuestras camisetas, produjo el milagro in extremis, como siempre, en los últimos minutos del partido. Ferrari toma la administración del Club gracias a la deuda con Sunat e inicia un heroico movimiento para llenar el estadio en cada partido de Universitario, a fin de tener la liquidez suficiente para poner las cuentas en azul y demostrar que este equipo no merece morir, pues vive en el corazón de cada hincha. Y sí, hemos campeonado de nuevo, los 3 mil metros de altura no fueron suficientes para ahogar a esos gladiadores que obtuvieron un bi-campeonato, mientras las finanzas ya permiten soñar en formar en un equipo más competitivo el próximo año. Discúlpame papá, te fuiste al Cielo el año siguiente a mi primera visita al Nacional, pero te he llevado siempre en el corazón, espero que no te haya incomodado su color Crema.