El reciente proceso electoral en Estados Unidos, que culminó con la reelección de Donald Trump, marca un punto decisivo para la educación superior en ese país y plantea interrogantes sobre sus implicaciones globales, incluidas aquellas en el Perú. Las políticas de Trump, orientadas hacia la privatización, la reducción del financiamiento público y la reestructuración del proceso de acreditación universitaria, suscitan inquietudes sobre la equidad y la calidad del sistema educativo.
Este contexto debe interpretarse como una advertencia para los países que basan sus modelos educativos en tendencias internacionales. En América Latina, la adopción de políticas neoliberales, que han priorizado la educación privada, ya ha exacerbado las desigualdades. La experiencia estadounidense ilustra que, sin una supervisión eficaz, los estándares académicos y el acceso equitativo pueden debilitarse considerablemente.
Históricamente, el proceso de acreditación en Estados Unidos ha sido una herramienta clave para asegurar la calidad educativa y fomentar la diversidad institucional. Sin embargo, las reformas propuestas por Trump amenazan con desmantelar estos mecanismos al eliminar lo que se percibe como un sesgo ideológico. Aunque algunos defienden estas reformas argumentando que promueven la libertad académica, también conllevan el riesgo de minar los principios que garantizan la inclusión y la excelencia educativa.
El Proyecto 2025, impulsado por líderes como el vicepresidente J.D. Vance, sugiere una descentralización de la supervisión y una redistribución de las funciones de acreditación entre múltiples agencias. Esta fragmentación de la supervisión podría beneficiar a las universidades más solventes, que pueden adaptarse rápidamente, mientras que las instituciones con recursos limitados enfrentarían nuevos desafíos para mantener la calidad.
La nueva estrategia del gobierno, enfocada en la recolección de datos y una regulación distribuida entre diferentes actores, se presenta como un esfuerzo para dotar de mayor autonomía a las universidades. No obstante, también implica un riesgo de disparidades en la aplicación de los estándares, lo que podría erosionar la coherencia y la confianza en el sistema educativo.
Para el Perú, esta situación recalca la necesidad de evitar políticas de desregulación sin una supervisión sólida. Las políticas educativas deben enfocarse en el bienestar colectivo, promoviendo la equidad y garantizando la sostenibilidad del sistema. Es esencial no solo observar los resultados inmediatos de las reformas en Estados Unidos, sino comprender los riesgos que la descentralización y la reducción de la intervención estatal pueden representar para la calidad y el acceso a la educación.
Adoptar estas políticas sin un análisis crítico podría aumentar la brecha entre universidades de élite y aquellas con menos recursos, perpetuando un sistema desigual que limita las oportunidades para los sectores más vulnerables.
En conclusión, las decisiones educativas en Estados Unidos deben servir como lecciones, no como un modelo a seguir para el Perú. El país debe reafirmar su compromiso con un enfoque que garantice tanto la excelencia académica como el acceso inclusivo. Las políticas adoptadas deben responder a las necesidades sociales y fortalecer un sistema que asegure la equidad y el desarrollo integral de todos sus ciudadanos.