Punto de Encuentro

Soñar no cuesta nada

Fernando Rodríguez Patrón

Ocupándose la ética de una reflexión crítica sobre la moralidad y el comportamiento humano que busca lo que moralmente es correcto y siendo uno de los objeticos de la política la búsqueda del bienestar social, ambos, ética y política, deberían formar una alianza en busca de un mismo fin: el bien.

No obstante, durante las campañas electorales observamos que esta alianza no es más que un deseo, pues partidos cuando no los candidatos, recurren a estrategias para intentar captar el voto ciudadano utilizando medios cuya legalidad, si bien puede no estar en discusión, éticamente no resultan legítimos para alcanzar los objetivos que se persiguen y, en otras oportunidades, se utilizan medios legales como instrumentos para perseguir fines ilegales.

Veamos algunos ejemplos. El marco legal establece los cauces por los cuales discurre un proceso electoral, en este sentido regula entre otros aspectos, las normas sobre el financiamiento privado, la inscripción de candidatos, la propaganda y publicidad electoral, etc., sin embargo, el componente ético siendo de naturaleza auto impositiva y por tanto de muy difícil regulación, queda siempre al margen para su cumplimiento. ¿Cómo se pone de manifiesto una conducta antiética en una campaña? Hay muchos ejemplos: la compra de candidaturas, el transfuguismo que permite a un político cambiar de partido en cada elección e incluso abandonar al partido obtenido el cargo al cual se postuló, las promesas electorales que se ofrecen a sabiendas que no se cumplirán, el plagio de planes de gobierno, la alteración de encuestas de intención de voto, las campañas negras sostenidas en ataques e insultos a los adversarios, la “compra” de legiones de seguidores en redes sociales a través de programas informáticos, falsear información en las hojas de vida, etc.

El problema se intensifica cuando estos candidatos acceden al cargo al que postularon. La consolidación de nuestro sistema democrático no registrará avances en sus índices de calidad, si los partidos políticos, instituciones encargadas de asumir a través de sus candidatos electos la representación de la sociedad, no adopten valores éticos. De no hacerlo, no haremos otra cosa que seguir transitando por el camino que nos ha llevado al desencanto popular respecto de la clase política.

Somos de la opinión que corresponde a las organizaciones políticas llevar a cabo las actividades conducentes al logro de sus propósitos de modo tal, que la actividad política sea concebida como transparente, racional y sobre todo constructiva, de modo que su participación electoral no sea entendida como un fin que se agote en sí mismo: “obtener el poder por el poder como sea”, sino como una inmejorable oportunidad de fijar los cimientos que permitan incidir positivamente en la búsqueda del  bienestar colectivo que permita reflejar la representación que los ciudadanos le concedemos a través de los procesos democráticos.

¿Podrán? Sólo depende de los partidos y los candidatos, pero pensemos que sí es posible, total, soñar no cuesta nada.

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