Punto de Encuentro

Indignación selectiva

Hace pocos meses, una pareja de titiriteros españoles fue objeto de controversia, pues fueron intervenidos por la policía por elogiar a conocidos etarras, asesinos separatistas de ETA, teniendo como público a niños y jóvenes. Su defensor, la izquierdista Podemos, exigió respeto a la libertad de opinión y de expresión. Los medios de comunicación afines, hicieron causa común presionando a las autoridades para que los juglares callejeros fuesen rápidamente liberados. Por supuesto que se logró su impunidad, siendo aclamados como héroes por sus camaradas. No podemos imaginarnos la indignación que se produciría si el acto lo comete un franquista, pues de seguro sería procesado y condenado y cualquiera que asumiera la defensa de su libertad de opinión sería vilipendiado y tildado de fascista, no tendría ninguna posibilidad de escapar de una justicia presta a seguir el mandato de los titulares.

En nuestro país, un controvertido congresista fujimorista tuvo la mala idea de compartir un meme de la líder del Frente Amplio con un fondo, agregado, compuesto por una bandera roja con la hoz y el martillo. Durante varios días, los programas televisivos y los diarios más importantes han dedicado graves comentarios, compitiendo por quién descalifica con mayor dureza al desafortunado congresista. De nada sirvió recordarles que esa es la bandera ideológica de una líder que lejos de tomar distancia del estrepitoso fracaso del régimen chavista, lo apoya, y está involucrada en las famosas agendas y el desvío de fondos venezolanos hacia el partido nacionalista, siendo ella la principal asistente de la investigada. Tampoco se tomó en cuenta que la izquierda marxista cobijó a Sendero Luminoso y al MRTA defendiéndolos incondicionalmente durante toda la década de los 80’, no sólo de palabra en sus periódicos y panfletos, sino también con logística y asistencia legal.

Lo curioso es que rechazan ser etiquetados por su cercanía con el terrorismo a pesar de haber postulado en sus listas a reconocidos presidiarios por ese mismo delito. Pero estigmatizar a los apristas como ratas y narcos, a los solidarios como ladrones, y a los fujimoristas como miembros de una mafia, no merece rechazo alguno de los principales medios de comunicación. Está claro entonces que un mismo acto es juzgado con diferentes parámetros, dependiendo de quién lo hace y en contra de quién. ¿Hemos olvidado cómo se caricaturizó a Alan García como cerdo o como rata, y a una dama como Keiko Fujimori como una obesa malvada o también animalizada por festejados dibujantes?

Comienza una nueva etapa y es conveniente suprimir las prácticas de odio y deshumanización del adversario, porque imperceptiblemente siembran violencia en una sociedad que ha sufrido el terrorismo más cruel de Latinoamérica y la puede volver a experimentar en la medida en que prosperen los radicales y con ellos, la capacidad de mirar al rival como un mero objeto susceptible de ser eliminado y no como un ser humano con virtudes y defectos.     

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