Punto de Encuentro

Feminicidio y Patriarcado

Por: María Inés Valdivia Acuña

maivaa2015@gmail.com

El Perú es el cuarto país latinoamericano con mayor cantidad de feminicidios.  Una estadística vergonzosa y dramática, que sólo da cuenta de las muertes ocurridas pero no de los verdaderos alcances de la violencia contra las mujeres.  La conceptualización de esta categoría se la debemos a la feminista y activista norteamericana Diana Russel y Jill Radford, quienes acuñaron el término Femicide.  Años más tarde, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, adecuó este término al castellano como Feminicidio.  Pero no sólo fue una cuestión semántica, como mujer y diputada por el PRD, Lagarde dio cuenta de las limitaciones del Código Penal mexicano, especialmente en los territorios de mayor violencia.  El feminicidio era invisibilizado por términos como homicidio, suicidio o crimen pasional.  Al focalizar el asunto, se pretendía exponer una forma de violencia, por ejemplo en Juaréz, la ciudad fronteriza que presentaba las estadísticas más elevadas de feminicidio del país.  Este lugar es significativo, debido a que miles de mujeres pobres se desempeñan en las maquilas o los sitios de alterne ¿Qué reveló Lagarde?  Las mujeres asesinadas en Juárez morían  por su género, los crímenes tenían un carácter ejemplar, que conlleva señalar no sólo la importancia de las estadísticas, sino también la manera en que se muere, el mensaje que quiere dejar el feminicida y el actor institucional que practica la connivencia: el Estado.

El cuerpo de una mujer asesinada nos brinda información sobre toda la violencia que permite una sociedad: cuerpos quemados, mutilados, calcinados, marcados con palabras como perra, puta, fornicadora, infiel o incluso frases más intimidantes, sus genitales violentados por violadores individuales o grupales, con la inducción forzada de objetos, casi siempre corto-punzantes, los senos total o parcialmente mutilados, además, señalar que el crimen ocurre en una “mujer” no siempre deja claro que en varios casos se trata de bebés, niñas, púberes o adolescentes y que también son de procedencia indígena o afro descendiente.  La marca del cuerpo como propiedad o dominio es la significación más perentoria del poder sobre una mujer hasta extinguirle la vida, pero  también “enseña” a las que sobreviven o aquellas que están pensando en reclamar algo, les transmite la idea de “cuidarse” o “cuidar” a las que estén bajo su custodia, en otros términos, limita la libertad de otras mujeres, las hace partícipes obligadas de su propio sometimiento, objetivo principal del patriarcado.

Tampoco podemos dejar de lado el peso de la cultura en torno a lo que significa un modelo de masculinidad hegemónica, el machismo.  Ser hombre se traduce como el acceso a la impunidad.  Este lenguaje de la violencia extrema va antecedido por la permisividad de otras violencias menos letales en el número, pero igual de significativas en la práctica, más suaves y ralentizadas, menos visibles y contenidas de frases, dichos y maneras que aceptan lo mismo, sólo que de modo sutil o incluso aun siendo vulgares, permitidas: baja la falda, sube el escote (contener el cuerpo y las formas de una mujer, hacerlas invisibles), Gallina que pica huevo ni aunque le quemen el pico (referente a su sexualidad de las mujeres), el destaque de rituales que valorizan ciertos comportamientos femeninos y desmerecen otros: el día de la Madre (donde se “saca” a la calle a la mujer que en general se ocupa del espacio doméstico) o se les obsequia objetos que afianzan el trabajo en casa, siempre gratuito, el día de los enamorados (intercambio de objetos con metáforas sobre la dulzura y los afectos que conllevará la futura convivencia y la sexualidad), se afianza un dispositivo potente de erotismo: la mujer-niña, el verano como espacio del lucimiento del cuerpo descubierto de una mujer siempre joven e impoluta de arrugas, el énfasis en la procreación e incluso la responsabilidad de la mujer en las políticas de control de la natalidad y la responsabilidad casi exclusiva que se le asigna en la preservación de la salud de la infancia.  La mujer es un sujeto construido a gusto y necesidad de una sociedad que demanda de ella muchas cosas, en especial trabajo, pero la excluye como sujeto libre, activo y disidente, como ciudadana, una sociedad que no busca transformarnos sino mantener roles de exclusión.

 

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