María Inés Valdivia
Somos una república a medias, serlo de manera completa requeriría de virtud cívica y equilibrio de poderes. Nuestra historia nos refiere que ha prevalecido la oscilación, la corrupción política y económica, la bota militar en alto y el fraude electoral de manera descarnada ¿Democracia? Es una palabra superior por sus connotaciones, interpretada de tan variadas formas que es necesario precisar sus esencias: institucionalidad, participación, transparencia, mérito, alternancia. Sólo en 1924 se produjo el primer esfuerzo serio de constituir una organización continental para dar un norte a nuestros pininos democráticos: incorporar a los excluidos de la ciudadanía plena y la vanguardia del pensamiento.
Con Leguía hubo obra, pero a qué costo. Se usufructuó del trabajo de indígena de grado o fuerza mediante la Ley de Conscripción Vial y la Ley contra la vagancia o por intermedio de la injusta y racista leva militar, aquella fue nuestra Patria Nueva. El Primer centenario de nuestra independencia fue una "fiesta" con inauguración de monumentos, placas conmemorativas y una modernidad sustentada en las formas más fraudulentas de trabajo rural a la par de una institucionalidad inexistente.
En contra de la voluntad oligárquica, se fundaron dos partidos, uno antes que otro, dos interpretaciones coincidentes en varios aspectos del diagnóstico, diferentes en su estrategia de solución a los problemas. El esclarecido Pedro Planas, señaló que las dictaduras sobreviven gracias a las divisiones que logran entre sus enemigos.
Este Bicentenario está antecedido por dos momentos importantes, dictablanda en 1968, dictadura en 1992. Cada una ha dejado sus secuelas, enormes e impagas. Velasco y Mercado Jarrín, sufrieron mengua, flaquearon al no resistirse a la tentación golpista. Finalmente la revolución con Justicia Social, calco del programa aprista, fue desmontada a poco de haber nacido. Durante la siguiente década germinó a sus anchas la ideología de los descontentos, aquellos que más tarde engrosaran las filas del senderismo.
Con Fujimori y Montesinos -dos personajes sin partido ni moral-, la república se convirtió en un término vacuo, sin sustento, envilecida, aliada con los medios y grupos de poder capaces de todo. Oclocracia y dictadura se hermanaron, cambiaron los rostros pero perviven sus frutos más tóxicos.
El Bicentenario constituye la oportunidad para reflexionar en torno a la difícil construcción de la Democracia. La lección es clara: sin partidos, organizaciones de base e institucionalidad, sin ideas y personas que exijan ciudadanía y la ejerzan, nada cambia. La Democracia no resiste actitudes contemplativas, sólo el hábito y la disciplina le otorgan forma, nos demanda salir de nuestra zona de confort. La mayoría de la nación no merece la democracia pero aún así, los convencidos, los buenos e inteligentes saben que si callan el cobro de la factura es indiviso. La Democracia es lo único más o menos bueno que nos queda por defender, aunque se pueda dejar la existencia en ello.