Para Lizardo Salvatierra Paredes, aficionado taurino y futbolero que falleció hace 25 años, un día como hoy. Siempre en mi corazón.
Pocas veces el deporte o el arte nos ofrecen una muestra de superioridad total contra todos los adversarios pese al desvalimiento esencial del individuo ejecutante de las proezas que nos hacen admirarlos.
La tauromaquia, a contracorriente de los antitaurinoss y de gente que desconoce el verdadero valor de la belleza y la valentía, nos ha ofrecido a varios de ellos, los más grandes, inclusive, como Joselito El Gallo o Paquirri, fueron muertos en la plaza y el mito absoluto, Manolete, para mayor gloria de su legado, fue muerto en plena plaza luego de haberle dado muerte al toro de sus sueños más oscuros.
El fútbol, que no tiene parangón alguno con la tauromaquia en punto de riesgo, pasión y estética, sin embargo, pudo ofrecernos una suerte de torero y de coloso del gramado y hoy ese hombre sin par ha fallecido, hace algunas horas, a la temprana edad de sesenta años.
Ha muerto Diego Armando Maradona y es más o menos costoso escribir un homenaje a su altura pues ese acto tendría que ser una obra maestra y total. Nos bastará expresar en este momento luctuoso lo siguiente:
Hombre, entre los pocos que hay, con arrestos suficientes para vencer a ese enemigo silente de la especie humana que es el miedo cada vez que este se presenta. Un guerrero, en todo caso. Nació en un paraje casi olvidado del mundo y fue lanzado a la cima, en algún momento, por una patada en el culo como él mismo solía decir.
Hombre que jugó siempre contra todas las posibilidades y venció en buena parte de ellas aunque, como suele decirse en casos parecidos, su mayor enemigo, un auténtico demonio, acaso haya dormido dentro de él mismo con mucha más permanencia que sus propios ángeles.
Hombre pasional, turbulento, errático, lleno de vicios, excesos y contradicciones. Estrella al fin y al cabo.
Hombre, humano, absolutamente humano, y no un dios como le endilgaron sus fanáticos más ignorantes. La cocaína le restó mucho más de lo que le favoreció y pese a ella tuvo la entereza de decir en su despedida las enormes palabras: “Porque se equivoque uno, eso no tiene por qué pagarlo el fútbol. Yo me equivoqué y pagué. Pero la pelota... La pelota no se mancha.” Un genio.
Hombre de fútbol, dueño de todos los recursos de la técnica y la magia, del juego honesto, brillante e ingenioso pero lleno, también, de la inmoralidad típica del latinoamericano ignorante, es decir, la viveza y la pendejada que no deberían presuponerse en un caballero o un deportista. Pese a ello o precisamente por ello.
He allí la grandeza y dialéctica complejidad de Maradona puesto que los dos goles que hizo a los ingleses en el Mundial de 1986 inciden en las dos características señaladas de una manera perfecta. Y bien visto este detalle, ahora, no como una muestra de justificación sino como una comprobación, acaso largamente soslayada, de la complejidad maradoniana: el primer gol contra Inglaterra fue la culminación de una actitud poco ética y criolla pero el segundo, como una forma providencial, le sirvió de redención pues fue el mejor gol de la historia y en una circunstancia como la suya, en ese momento, solo podía ser realizado por un genuino monstruo, titán o gigante del fútbol y de la vida. ¿Acaso Inglaterra no abusó de todas sus colonias y del mismo pueblo argentino que fue a luchar en las Malvinas, cuyos nombres y cadáveres individualizados permanecen por siempre desconocidos siendo, como lo indicaron algunos ingleses de bien que enterraron a los caídos que habían sido sus enemigos, soldados argentinos solo conocidos por Dios? Pues bien, la revancha simbólica a ese abuso, aunque provocado de alguna manera por la insolencia de Galtieri, fue ese partido y la gesta del Diez inmortal, paraje digno de haber sido cantado por Homero ya que Maradona fue, sucesivamente, aquel mediodía en el Estadio Azteca, Odiseo y Aquiles.
Por todo eso es aclamado y denostado según la amplitud del que se atreva a juzgarlo. Individuo absoluto, las parcialidades no pueden dar siquiera un indicio de su realidad.
Aquí, lo valoramos en todas sus facetas, pues la existencia de cualquier ser humano es multidimensional pese a que siempre prevalezca una u otra cualidad hasta que a todos les cubre el olvido pero en los que son distintos y singulares como era Maradona, es decir, en aquellos que nunca podrán ser olvidados, esas múltiples dimensiones exigen que ninguna opaque a las demás pues todas juntas son elementos constitutivos del personaje, de la leyenda y del mito. Obviarlas sería mutilar el recuerdo y la memoria que corresponden a la figura histórica de quien supo encarnar al fútbol por mucho tiempo.
Maradona, en este sentido, no se limitaba a ser un extraordinario futbolista, prácticamente, un artista, un poeta, un pintor y, al mismo tiempo, un estratega, un veloz artífice de imposibilidades físicas y metafísicas, un mago. Era, además, un hombre político (equivocado según la perspectiva de cualquier pensador más fino pero fiel a sus pulsiones y al bando natural, donde siempre fue y será un ídolo: el pueblo) que supo enfrentarse, cuando fue joven, a las mafias que se adueñaron del mundo del futbol hace ya demasiadas décadas aunque haya sido más flexible con otras mafias. En todo caso, lo suyo era el futbol y allí era incomparable.
Los amantes de la belleza y la épica solo podemos brindar en este momento sombrío, un vino amargo, una endecha y una elegía por la partida del que fue el más grande futbolista del último medio siglo sin discusión alguna, el más inmenso, luminoso y emocionante artista que vimos nunca más persiguiendo a un balón como si fuera la Luna o la Tierra entera y siendo dueño absoluto de la esfera perfecta y de todas sus posibilidades.
En suma, Diego Armando Maradona fue, en sí mismo, el paraíso y el infierno, la grandeza y la miseria, la cumbre y el abismo, la suma y conjunción de todos los contrarios.
El día de hoy habría que ofrecer el pésame no solo a los familiares y amigos cercanos de Maradona sino, también, a dos pueblos enteros que han de estar enmudecidos y llorosos, Argentina y Nápoles.
Nunca más habrá otro como él.
25 de Noviembre de 2020.
P.S.
Fui gran aficionado del fútbol hasta el año 1994. Tenía 12 años cuando sacaron a Diego del Mundial de EE.UU y constaté, así, una de las conflagraciones más inmensas e inmundas dadas por el oído en contra de un individuo al que sus enemigos no podían vencer sino con modos arteros y a traición. Nunca más el fútbol volvió a ser el mismo para mí. El fútbol no podrá volver a ser el mismo, a partir de ahora, sin Maradona.
PERCY VILCHEZ SALVATIERRA.