María Inés Valdivia
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Desde sus inicios la república peruana se constituyó como un sistema frágil debido a la ocurrencia permanentes de golpes militares. Sin lugar a dudas, los momentos más difíciles del siglo XIX acontecieron durante el casi medio siglo de caudillismo militar que siguió a nuestra independencia. Después en 1879, la guerra de Chile contra el Perú, significó para nuestro país la debacle económica, la merma demográfica y una humillante pérdida territorial.
Con el advenimiento del siglo XX, el oncenio conllevó un importante período de expansión económica y modernización de la infraestructura vial y urbana, pero a cambio fueron cooptadas las libertades y se persiguió a los opositores del régimen. A pesar que Leguía se erigió como protector de la Raza Indígena y fue reconocido como Maestro de la Juventud universitaria, el empeño sólo fue un engaño para obtener la simpatía de los sectores más progresistas. En torno a los campesinos, por ejemplo, recayó la ley de Conscripción Vial, que en la práctica significó la perpetración del abuso sobre la mano de obra indígena. Respecto a los estudiantes, los demócratas pasaron a engrosar las filas opositoras al tirano, esta actitud les valió la deportación. Con el advenimiento de la crisis del 29', el oncenio se derrumbó y quedaron expuestas las cohortes de adulación y desenfreno económico, a la par de la injerencia norteamericana en los asuntos nacionales, por intermedio de endeudamiento público o contratos empresariales leoninos.
Defenestrado Leguía por Luis Miguel Sánchez Cerro, el militarismo se hizo del poder, al nuevo caudillo lo aconsejaron legitimarse mediante elecciones. Acorde con los nuevos tiempos, imbuidos de fascismo, la idea de orden resultó atractiva para un buen sector de la población, en desmedro de la prédica antiimperialista que reclamó la modernización del estado y la incorporación de nuevos actores en un proyecto de democracia social. Asesinado Sánchez Cerro, emergió nuevamente Benavides, caudillo militar que años antes mereció la condena de un hombre sin mácula como Manuel González Prada; poco después sucede una breve primavera democrática interrumpida por otro nuevo dictador, esta vez se trata de Odría, cuyo lema "hechos y no palabras" nuevamente nos recuerda al hombre práctico, ajeno a control y fiscalización alguna, inclinado al uso de validos como Esparza Zañartu -el Montesinos de la época. Casi al final de este régimen en declive, emergió la Democracia Cristiana (1956) y meses más tarde Acción Popular, para competir con otra fuerza política relevante como el APRA y algunas facciones comunistas, cuya presencia se sintió más en el ámbito sindical. A pesar de este enorme gesto de madurez política, emergió otro proyecto militar, mitad propio, mitad plagio, la originalidad fue expuesta en las ideas de José del Carmen Marín, el "aire de familia" fue brindado por algunos apristas simpatizantes del velasquismo. También diversos sectores de la izquierda de esos años ampliaron su influencia y connivencia con los militares, tras doce años de gobierno, el régimen colapsó. Su legado: una deuda externa abultada, expansión burocrática elefantiásica, una sociedad convulsionada por demandas sociales insatisfechas y un modelo económico estatista fracasado que lamentablemente irradió en la escena peruana por un decenio más. Recuperada la democracia, se produjo el retorno de Belaúnde, sin embargo, no hubo rendición de cuentas por parte de los uniformados. La república y ahora la democracia, seguían frágiles, como no serlo con tantos quiebres. Sendero Luminoso emergió como un enemigo invisible, difícil de identificar, en un país dividido y desfasado, el MRTA, disimulaba los mismos fines con estrategias "guerrilleras". En 1985, por primera vez, el aprismo llegó al poder. Tres generaciones se sucedieron antes que algunos de los sobrevivientes del aprismo auroral pudiesen contemplar el acontecimiento, sin embargo, el partido no realizó las reformas necesarias para efectuar un quiebre con el modelo anterior. Se planteó la estatización de la banca y con ello se permitió la aglutinación de la derecha entusiasmada con el neoliberalismo, así se gestó la fórmula del FREDEMO. Su líder, un intelectual poco carismático, fue identificado con la oligarquía blanca y financiera, fue una época en que nadie preguntaba de donde venían los millones para financiar las campañas electorales. Vargas Llosa perdió las elecciones ante un desconocido como Fujimori. De esa manera, un outsider, sin pergaminos democráticos, se alió con Montesinos, el gestor de la alianza con algunos militares corruptos, así, sin mayores problemas se inició en grande el negocio de las editoriales pagas cuya finalidad fue legitimar ante la población el autogolpe. El legado fujimorista, si así puede llamarse, constituyó en darle nueva visos a nuestra política pendular democracia-dictadura. En adelante, las formas democráticas debían imperar, pero había que restarles efectividad. La fórmula no era compleja y con ella se coludieron varios líderes políticos de derecha a izquierda, nacionales y regionales. La forma: constituir un partido cascarón o vincularse a un vientre de alquiler, prometer obras públicas a sus financistas, contratar publicidad estatal para un buen lavado de imagen, difundir encuestas donde se manifieste el "apoyo" popular, desarrollar metodologías de cierta complejidad o fake news que expresen la "opinión pública", pechar y cerrar el Congreso, convocar uno nuevo que lo favorezca, quebrar a los opositores con prisiones preventivas, dirigir el bullying mediático hasta gatillar sin arma, el suicidio del enemigo político más relevante, esconder las cifras que expresen el fracaso de una gestión económica y sanitaria, apropiarse del inconsciente colectivo. En suma, el vizcarrismo, incluso el vizcarrismo sin Vizcarra, es la expresión más tangible de un modelo viciado, palpable y reiterativo, que oscila entre el populismo y el recorte de libertades. El fracaso económico y la promesa rota de cambios profundos.
