El poeta peruano promedio es fino, débil y realista (es decir, totalmente desprovisto de imaginación y fantasía). Los que no inciden en estas características son realmente excepcionales, escasísimos.
Los narradores peruanos inciden en lo mismo, pero, al menos, no existe el día de la narrativa peruana. Tal es así que al país, en torno a una idea identitaria potente o a algún rastro de gran carácter, los poetas y los narradores peruanos, en general, no sirven de nada.
Los poetas peruanos no son, para mayor desgracia del país entero, ni pueden ser, de ningún modo, lo que Whitman es a Estados Unidos o lo que Goethe es para Alemania... Entonces, ¿qué razones sostiene el Estado para instituir y atender un día dedicado al poeta peruano si esto no va a importar mucho más ni mucho menos que el día del pollo a la brasa o el día del pisco sour? Ninguna razón, desde luego, excepto la coincidencia con el fallecimiento de César Vallejo y todo lo que eso implica para mal de la sociedad entera, aunque de eso no se percaten los que ejercen el gobierno (si lo hicieran, por lo menos, cambiarían el rótulo de día del poeta peruano por el día de la poesía peruana o, en todo caso, suprimirían la infausta conmemoración en cuestión).
En este sentido, para que quede bien claro, John Keats es un poeta extraordinario, pero la grandeza de Inglaterra no se habría erigido jamás sobre los frágiles hombros de su existencia atormentada. Lo mismo aplica en el caso de César Vallejo.
Así, en el equívoco día del poeta peruano es difícil hallar a un poeta peruano al que honrar realmente.
Pienso, entonces, en Chocano, compatriota tan maltratado debido a sus excesos y tan despreciado exteriormente, aunque inconscientemente atendido por la mayoría de formalistas sin savia que proliferan en los predios de la mejor poesía peruana de las últimas décadas.
Sus excesos políticos y vitales, incluso homicidas, todos los conocen de sobra. En cambio, el detenimiento en sus excesos formales parece haberse perdido solo en las críticas a su sonoridad, a veces vacía (toda la verdad debe ser dicha), y no en el ejercicio de su pericia versificadora. Tal es así que no hubo nunca otro poeta peruano tan dueño de los recursos expresivos propios de su tiempo en el nivel de Chocano excepto Vallejo o Hinostroza en sus respectivos momentos con resultados muy singulares cada uno y eso es decir bastante.
En todo caso, si hay que enaltecer a Chocano por encima de sus errores humanos y artísticos hay que celebrar, en él, la audacia que lo llevó a sentirse un par de Rubén Darío y Walt Whitman y su denodada entrega al país respecto de hallar una síntesis del doble pasado compartido por el Imperio Hispano y el Tawantinsuyo de una forma tal que solo tiende a empoderar a la ciudadanía con imágenes cabales desprovistas de complejos en las que hasta la derrota en la Guerra del Pacífico es motivo de jactancia al no aceptar la derrota como un cualquiera y exaltar el sentido de que lo más importante en las batallas es ser grande, pero grande de verdad (acaso un guiño dialécticamente superior al desgraciado inca que dijo que los usos de la guerra son vencer y ser vencidos).
Dado que pocos poetas peruanos ofrecen una visión del Perú que sea distinta al páramo de inmundicia y corrupción realmente existente, un escenario muy limitado y hasta miserable, o no muestran nada sino un solipsismo vacuo ridículo y atroz, la obra de Chocano (sus mejores momentos, desde luego, y no las superfluas páginas que doraron su mala estampa de formalista desprovisto de una expresión necesaria) cobra una importancia fundamental, aunque para ver bien esta característica es preciso esbozar no pocas reflexiones sobre el hombre y su vida.
En primer término, un poeta puede estar en contra del poder o a favor del poder mas no importa lo que elija, siempre y cuando sea espectacular, es decir, siempre a contracorriente de la mayoría de grises poetas peruanos. Nuestro poeta en cuestión, José Santos Chocano, cumplió con creces esta premisa y eso, más que el asesinato de Elmore, es lo que no se le perdona como no se perdona al que sobresale del rebaño y se distancia del promedio y los mediocres.
Tampoco se le perdona, en ningún sentido, desde la torcida óptica del vano correctismo político en boga y patrimonio común de la “intelectualidad” peruana desde el primer momento, solicita, además, en complacer los excesos antidemocráticos y las violaciones a los Derechos Humanos, siempre y cuando provengan de las tiranías que adoran como la cubana, la venezolana y ojalá fuera pertinente añadir a la soviética estalinista que añoran o, en el peor de los casos, ni se atreven a añorar y ya ni hablemos de los innumerables coqueteos diversos con grupos tales como el MRTA o Sendero Luminoso.
A contracorriente de todos ellos, Chocano siempre fue bastante vistoso respecto de sus ambiciones y su defensa de regímenes dictatoriales. No olvidemos que además de poeta fue un articulista prolífico y un terrible polemista (Vasconcelos fue una de sus víctimas). Es decir que siempre fue coherente consigo mismo y así sostuvo sus ideas con valentía y con pasión. Podemos disentir de sus contenidos, pero no de su derecho a exhibirlas del modo franco y bravío con que hizo la defensa de todas ellas.
Habría que ponernos en el tiempo de aquel y evaluar las posibilidades de su contexto político y la añoranza que aun persiste en torno a los hombres fuertes en el mando, pues nunca el Perú llegó a vertebrar un sistema de gobierno sólido pese a todas las dictaduras que ha padecido desde su fundación.
El mismo precepto nos debe servir para juzgar su poesía, bastante desarrollada para los elementos e instrumentos que tenía su época y mucho más interesante de lo que suponen los ígnaros que lo reducen a ser un mero declamador sonoro.
Tampoco se le perdona el haber sido soberbio y talentoso, pues un país de gente en gran parte sumisa e idiotizada (por gobiernos que viven de espaldas a las necesidades de la población, los grupos de poder y la prensa servil al mejor postor), como es el Perú, no puede admirar al que sobresale del promedio como ya se ha mencionado.
En este orden de cosas, la envidia se encarna en cualquiera que cree poder responder con insolencia solo porque así se lo han hecho creer los igualitaristas. Cual lecho de Procusto, nuestro país, intentará siempre destruir a los que exceden el marco mediocre del promedio y hay que ser muy fuerte para hacer frente a esa condición atávica de la población peruana que es siempre la punta de un cuchillo en la espalda de todo aquel que quiere forjar un mejor país y un futuro más pleno para sus habitantes. Chocano en todos sus extremos ha sido la prueba doliente de todo este vil proceso y, lamentablemente, no tuvo la fortaleza para superar las oscuras circunstancias y pruebas que el destino puso frente a sus manos.
En todo caso, a mí nunca deja de conmoverme e indignarme el silenciamiento y ocultamiento de su grandeza artística y de sus ansias personales por ser siempre mucho más de lo que la realidad le había conferido ser, poeta por antonomasia en este gesto absoluto. Poseedor, sin embargo, de numerosas estrofas de bisutería realmente de segunda que degradan su obra y sus talento y dones, pero que no aniquilan los bríos y el brillo del acero y el oro de sus momentos más altivos y bien logrados en los que el Perú se muestra como una nación digna de los héroes homéricos y esto se debe a que Chocano no se limitó a mostrar una peruanidad exacta y real (acaso Vallejo sea el más peruano de los poetas peruanos, razón absoluta para fundar, sí o sí, una idea de peruanidad totalmente distinta) sino que propuso una peruanidad ideal más acorde con las glorias perdidas y con su propia autoestima, lo que, sin duda serviría más a los más atribulados ciudadanos que cualquier deprimente muestra arguediana o vallejiana.
Me pregunto, en el sentido del párrafo anterior, si entre los cientos de "poetas" que niegan a Chocano hay uno solo que sea superior al maestro equívoco que fue el Cantor de América, pero mi conocimiento de la poesía peruana me hace rechazar este punto crítico.
Viven equivocados, por tanto, los que creen que en doscientos años se han dado cumbres más altas que las del poeta que motiva estas líneas. Y, aun admitiendo que en su obra poética completa hay muchas caídas y pompas vacuas (como ya se expuso), en sus mejores momentos, Chocano es un poeta tremendo tanto en el plano épico (tan dejado de lado en nuestra tradición poética, tan llena de estilistas vacíos, dada la natural debilidad y fineza del artista peruano promedio), como en al ámbito lirico.
Bravo destino el de Chocano. Tuvo la desgracia de incidir en una acción indefendible ante Elmore (debió retarlo a duelo, mas su maldita soberbia lo retrasó 24 horas), pero eso no es suficiente para negar su arte y su vida extraordinaria, digna de Aladino, como acertadamente tituló Luis Alberto Sánchez a la brillante biografía que dedicó al maestro de Oro de Indias.
Fue tan apreciado en vida como vituperado luego de su desgracia y soslayado y negado luego de su muerte. Debió habérsele asistido y no aislado como sucedió. Cabe mencionar la hidalguía de sus amigos Andrés Aramburú y Clemente Palma (otro fiero y controvertido escritor nuestro que casi no parece peruano). Ambos, según Luis Alberto Sánchez, fueron los únicos que siguieron publicando escritos suyos en el país, tanto en Mundial como en Variedades, revistas que dirigían correspondientemente, en los instantes de mayor necesidad del bardo.
Considero, finalmente, que la mayor muestra de sincretismo acerca de la identidad nacional la ofrece la poesía de Chocano (no solo “Blasón”). La gran ceguera que nubla a los peruanos en general y, sobre todo, a sus intelectuales, evita aceptar esa mescolanza genuinamente extraordinaria y se limita al canto dolido de personajes cuyos prospectos no conducen a ninguna parte excepto la conmiseración.
La propuesta de Chocano trató de ser omnicomprensiva pues quiso integrar todos los estilos y todas las posibilidades que tenía la poesía hasta ese momento. Lo logró en gran parte y ese es un triunfo personal tremendo e innegable, pese a las numerosas páginas sobrantes de su obra. Pese a ello, la apuesta arriesgada y amplísima que nuestro poeta prodigó en su poesía, debería ser emulada por los poetas contemporáneo s que deberían hartarse de los formalismos en boga y las mínimas expresiones (sin rigor ni gracia) que caracterizan el presente.
La belleza bravía de la obra chocanesca, aunque no está exenta de ribetes de mal gusto, resulta mucho más valiosa que las propuestas de centenas de versificadores supuestamente canónicos, aburridos y sin ninguna grandeza.
El Perú está en deuda con Chocano. Entonces, demos satisfacción al cantor y a su memoria, al menos, en la semana que sigue al errático día del poeta peruano.
P.S.
Todo esto ha sido escrito sin soslayar que si me pidieran una lista de los diez poetas peuanos que prefiero, no incluiría al Cantor de América...
Véase mi top ten de la poesía peruana para no ahondar en mayores detalles:
Adán. Moro. Eielson. Hinostroza (incluido Memorial de Casa Grande, libro mucho más valioso de lo que creen los ígnaros y los formalistas...).
Deustua. Verástegui. Ojeda.
Westphalen.
Hernández.
Juan Cristóbal (solo por Los Rostros Ebrios de la Noche, el resto de su obra es sobrante).