Punto de Encuentro

¿Hacia dónde miramos, Latinoamérica?

Al finalizar la última década del siglo XX, muchos países reconocieron que el mejor sistema para los países de Latinoamérica era el neoliberal, lo cual se defendió mucho, ya que trajo prosperidad a través del libre comercio, la privatización de las empresas públicas y otro tipo de medidas que hicieron que se generen recursos, quizá nunca antes visto.

En los inicios del siglo XXI, ya más asentada la debilidad de las instituciones en América Latina, se dio el escenario y el espacio adecuado para que se germinen los nuevos populismos, o una nueva etapa de populismos que tiene como siempre características resaltantes, como el mayor debilitamiento de las instituciones del estado e institucionalizando la corrupción a nivel transnacional.

Ya en la segunda década del este nuevo siglo se fueron gestando los extremos, sumado a caudillismos que utilizaron la democracia como un vehículo para llegar al poder y hacer negocios. Era un sector progresista que, más que buscar un bienestar de los ciudadanos en sí, llegaban a los gobiernos con agendas propias y dejaron los intereses comunes de lado.

Se configuraron sistemas democráticos debilitados, en los cuales los principales actores, que son los políticos, no supieron tener la visión para desarrollar los países, generar mecanismos de consenso, coaliciones que busquen integración y no crear mayores polarizaciones.

Considero que la fórmula de libre empresa y un Estado simplificado es adecuada. Sin embargo, por los hechos narrados anteriormente, en el momento en el cual se aplicaron estos modelos no estaba preparada la región para este momento. Pese a ello se tenía que correr el riesgo para generar la estabilidad macroeconómica de los países de la región.  Pero todo no es estabilidad macroeconómica, y cada vez más se ven las desigualdades en los países de esta parte del mundo, una burocracia boyante con sueldos altos y una clase emergente que no gozaba de los beneficios que otros tenían. Los casos de corrupción emblemáticos, como Odebrecht, y la pandemia, que terminó de desgastar la relación con las instituciones del Estado, han sido el caldo de cultivo para nuevos escenarios con gobiernos de izquierda que se gestan a partir de la polarización, el resentimiento y la reavivación de derechos que los ciudadanos consideran que tienen. Entonces es preciso hacernos esta pregunta. ¿Hacia dónde miramos, Latinoamérica? A la izquierda, la derecha o el centro, ya que muchos consideran lo último como lo ideal, ya que los extremos no son buenos. Pero ¿realmente es lo que se debe de buscar? Considero que cada país tiene una realidad diferente, por lo que esta ola de cambio de constitución y estas ideas desfasadas de generar una región con “repúblicas plurinacionales” lo único que busca es generar caudillismos más fuertes y sostenidos que tengan un espacio a su merced y que sean manejados a sus propios intereses.

Se debería entender los momentos que cada país tiene para realizar cambios y reformas. Un ejemplo claro de lo dicho es la última constituyente chilena, que no fue aceptada por un número significativo de personas, siendo una señal de que nuestra región no quiere bloques con estructuras tiránicas, sino lo único que pide es la mejora de los servicios básicos a los ciudadanos, trabajo, seguridad ciudadana, cero corrupción, gestión pública eficiente. Parece que se han confundido estas demandas y necesidades como un cambio de leyes, cuando el problema es más de fondo.

En ese sentido, las reales reformas para Latinoamérica son estructurales, a través de políticas públicas efectivas que realmente cubran las necesidades de los ciudadanos.

Hoy la región ha mirado a la izquierda falsa, debido a que la pandemia, como uno de los factores para llegar a esta situación, desnudó sistemas de gobierno corruptos, ineficientes, con poca capacidad de respuesta, que no defiende derechos fundamentales, lo cual generó una apertura de espacio de líderes carentes de sentido común, poco preparados,  que utilizaron la frustración, el dolor y la pobreza como un discurso para llegar al poder y a partir de ahí copar las instituciones endebles de los Estados.

Los latinoamericanos estamos cansados de clases políticas que solo en los últimos años se han dedicado a sus propios intereses, a crear aparatos transnacionales con fachada de organizaciones que defienden derechos humanos para manipular y coaccionar a oposiciones que buscan crear coaliciones en defensa de valores democráticos, de la institución de la sociedad como tal, de la familia; sin embargo, esta tarea es larga y dura.

La región enfrenta para muchos un cambio de visión o un ciclo en el cual se busca reivindicaciones que se demandan desde hace décadas, pero esta fórmula que se está dando lo único que ha traído es más opresión, más pobreza y corrupción. Nunca los extremos han sido buenos y por el contrario debemos buscar otra vez el norte. Para esto debemos empezar a través de sembrar criterios en la educación, sectores productivos, la cultura y en otros sectores donde es necesario hacer reconfiguraciones que permitan dejar respirar resentimientos, reivindicaciones que polarizan, sociedades amorales e impunidad transnacional. Necesitamos como ciudadanos de esta región empezar un nuevo camino donde nuestros líderes y nosotros nos preguntemos: ¿Hacia dónde miramos, Latinoamérica? ¿Hacia el progreso? ¿Hacia la protección de los derechos fundamentales? ¿Hacia agendas comunes de progreso? ¿Hacia bloques de integración? Ojala que en los próximos años la institucionalidad de la región se fortalezca y los sistemas democráticos nos puedan brindar la posibilidad de un mejor espacio donde vivir. 

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