Punto de Encuentro

Día del orgullo Gay. Vivir sin miedo

El 28 de junio de 1969 fue considerado un momento importante para conmemorar el día del Orgullo LGBTI (Lésbicas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales). En aquella fecha emblemática, el Estado Norteamericano, representado por los policías federales de Nueva York irrumpió en el famoso bar de ambiente Stonewall Inn, para reducir a los asistentes del centro nocturno.  Desde ese acontecimiento hasta el presente han transcurrido diversos eventos y el día del Orgullo oscila entre una plataforma de pensamiento dedicada a la reflexión del movimiento por los derechos de la población LGBTI con su correspondiente activismo político hasta las prácticas globales de mercado “fiesta”, donde los carros con transexuales exponen algunos aspectos de la realidad de las minorías. También lo gay, ofrece un atractivo potencial como nicho de consumo que empresas transnacionales como Coca Cola (Brasil) o MC Café (Taiwán), han logrado identificar, expresiones producto del marketing empresarial han dado por resultado campañas exitosas como “Essa Coca-Cola é Fanta. E daí? Aludiendo a una expresión popular brasilera, el objetivo era revertir la expresión homofóbica y asumirla como consigna que generase identidad y un reconocimiento positivo.

A pesar de ciertos adelantos, el Día del Orgullo también es un momento para reflexionar sobre las limitaciones que se observan en la lucha por los derechos de las minorías sexuales.  Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2015), los problemas más importantes de la población LGBTI en Latinoamérica son causados por la invisibilidad de las agresiones que sufren, debido a la ausencia de registros oficiales que nos permitan conocer las cifras exactas de la violencia.  En la mayoría de los casos, existe temor a las represalias o la sanción social por el hecho de denunciar una agresión.  De otro lado, las mismas fuerzas del orden o los representantes del Estado carecen de la formación adecuada que les permita entender a la población LGBTI.  Se mantiene una educación cargada de prejuicios que hacen que actúen sólo cuando la persona amenazada corre un gran riesgo de vida e incluso ni siquiera en estas circunstancias.  También el entorno parental es un espacio cómplice del silenciamiento de las agresiones, el estigma de tener en el medio familiar una persona homosexual es aún muy poderoso.  Los modelos familiares fundamentados en el binarismo y estructurados bajo consignas patriarcales, patologizan a la población LGBTI, excluyéndolos o avergonzándose de ellos.  Como es sabido, las primeras violencias generalmente se inician en el entorno familiar y escolar. 

Entre enero del 2013 y diciembre del 2014 la CIDH registró 770 actos de violencia contra la población LGBTI, cifras que en realidad sólo reflejan la punta del iceberg de un problema de mayor alcance.  El mismo informe señaló que la violencia cotidiana casi nunca es denunciada a pesar de conocerse su práctica.  En el presente, la labor de las organizaciones no gubernamentales ha sido considerable para entender la problemática e iniciar políticas públicas de inclusión social, legal y de salud, para las minorías sexuales.  En todos los casos, el tabú y la desinformación son los principales enemigos, como se revela en la crueldad de los asesinatos, la cual “supera incluso a los que se comenten en otros crímenes de odio” (CIDH, 2015): lapidación, descuartizamiento, incineración del cuerpo, muerte por golpes letales, aplicación de ácidos, tortura, violación múltiple, son sólo algunos de los tipos de violencia ejercidos contra seres humanos que por el hecho de no ser considerados “normales” pierden la vida en el más completo anonimato, sin acceso a la justicia.  Las expresiones de afecto también son sancionadas socialmente, un simple beso entre homosexuales puede ser juzgado de indecente. Cabe señalar, que gran parte de los medios de comunicación colaboran en la transmisión de programas de corte homofóbico o transfóbico, induciendo siempre a pensar que el homosexual es un ser que puede ser ridiculizado, golpeado y rechazado, su “aceptación” sólo se produce cuando su dignidad es vulnerada.  En la sociedad peruana, lo diferente es atacado y estigmatizado, peor aún, no se realizan los suficientes esfuerzos por reconocer los derechos de sus ciudadanos, a ser visibles, libres e iguales ante la ley, para aprender a convivir entre nosotros sin tener que perder la vida por ello.

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